En sintonía con este, este y este post de Scott Lincicome, y con este, este, este, este, y este post de Donald Boudreaux, quiero exponer mis argumentos morales a favor del libre comercio y, por ende, mis argumentos morales en contra del proteccionismo. Algo de esto ya hice al escribir esta, esta, esta, esta, esta, esta, esta, y esta nota. Permítame revisar algunos detalles fundamentales con cuidado. Print pdf.
El intercambio pacífico de bienes, lícitamente poseídos, entre dos o mas individuos es incuestionablemente beneficioso para ellos. Lo cual resulta independiente del valor económico de los bienes que se intercambian. Esto es así porque no existe un observador que pueda percibir o sentir lo que efectivamente perciben o sienten quienes practican un intercambio. Afortunadamente, no existe hombre alguno sobre la tierra munido con algún poder que le permita interpretar perfecta y completamente lo que otra persona percibe o siente. El único intérprete, si lo hay, es el individuo mismo. Con determinados conocimientos e información es el individuo, y solo el individuo, el mejor intérprete para decidir sobre las bondades y los perjuicios de sus intercambios.
Este hecho, trivialmente verdadero, permite concluir que cualquier interferencia de este tipo de intercambio entre individuos nunca será neutral. Tal interferencia significará algún perjuicio para “todas” las personas que llevan adelante los intercambios, y muy probablemente para el resto no involucrado. Surge inmediatamente la siguiente interrogante: ¿cuál es la autoridad moral con la que cuenta un observador al interferir el libre intercambio pacífico de bienes entre individuos, sabido que tal intercambio es beneficioso para ellos?. La respuesta contundente es: ninguna. No es de este universo quien se arrogue tal autoridad.
El beneficio del intercambio es independiente del valor económico de los bienes intercambiados. Sí una de las partes que participa en el intercambio decide disminuirle el valor a sus bienes, pues será que ha considerado adecuado hacerlo, y en ninguna circunstancia ese solo acto significa un perjuicio para el resto de los participantes.
Sí un observador externo, como puede ser un gobierno, decide que una tercera parte es netamente perjudicada por el hecho de que un participante restó valor a sus bienes es con los únicos argumentos de que él, como supuesto observador neutral, primero se ha dejado convencer de que tal intercambio mas barato genera un perjuicio sobre una tercera parte, segundo se considera el árbitro adecuado para observar y valorar beneficios y perjuicios, y tercero se cree habilitado para juzgar que el beneficio por intercambiar bienes mas baratos es inferior al perjuicio que tal intercambio le ocasiona a la tercera parte afectada por esa situación.
En cualquier caso, el juicio de tal observador nunca podrá ser neutral. La prueba que él reúna sobre beneficios y daños del intercambio finalmente depende de argumentos arbitrarios y subjetivos que se derivan precisamente de las arbitrariedades y subjetividades a las cuales, cualquier observador del comportamiento humano, apela a la hora de juzgar las valoraciones de los individuos. Entonces es improbable que su juicio sea justo al carecer de neutralidad.
La falta de neutralidad se basa en un principio elemental de ignorancia fundamental. En esencia cualquier observador ignora la subjetividad valorativa del resto de los individuos. Entonces tal observador solo podrá conocer algo de las valoraciones e intereses en juego sí en rigor es una de las partes. Por ejemplo, sí tal observador, el gobierno, es la tercera parte, entonces su juicio estará sesgado en favor a esta parte, ya que una tercera parte que reclama intervenir por sus legítimos intereses egoístas no admitirá un fallo altruista, pues en tal caso no reclamaría intervención.
Luego, sí el observador interviene e interfiere el intercambio, lo hace con el único argumento válido de beneficiar a una parte a costa de perjudicar al resto. Como el observador desconoce las valoraciones reales del intercambio entonces es casi seguro que su interferencia será perjudicial para toda la sociedad, a pesar de que circunstancialmente se esté beneficiando a una parte de ella.
Por ejemplo, cuando un gobierno decide restringir las importaciones de bienes lo que directamente provoca es que los consumidores no tengan acceso a esos bienes importados que deberán ser sustituidos por bienes domésticos seguramente mas caros y probablemente de peor calidad. Los trabajadores empleados en sectores que no pertenecen a los que producen bienes domésticos que sustituyen a los importados serán perjudicados pues están obligados a gastar sus ingresos en bienes mas caros. Y estos ingresos son transferidos a aquellos sectores y trabajadores de la industria domestica que resulta beneficiada por esta interferencia del gobierno.
El enigma moral que aparece aquí al restringir las importaciones es el siguiente: 1)¿con qué autoridad alguien decide sustraerle ingresos legítimos a un individuo para ser transferidos a otras personas?, 2)¿con qué autoridad alguien decide que los ingresos legítimamente poseídos y utilizados por una persona serán mas beneficiosos si se le sustrae y transfiere a otros individuos?. El enigma se resuelve respondiendo que la única autoridad es la inmoralidad de provocar daño a unos para beneficiar a otros. Lo cual significa un perjuicio para la sociedad.
Desafortunadamente, los individuos han soportado todo tipo de interferencias a sus intercambios a lo largo de la historia. Los grupos que se asocian con el observador (el gobierno) para obligarlo a interferir se encuentran activos en todas las economías del mundo. Los privilegios que estos grupos obtienen requieren de la interferencia. Interferencia que parece sumamente efectiva como instrumento para transferir beneficios a modo de un burdo juego de suma negativa: pequeños grupos se benefician mientras una gran mayoría se perjudica.
En este escenario la libertad de los individuos para intercambiar bienes soporta amenazas permanentes . Los individuos debemos aprender a luchar y defender esa libertad. Los resultados que hoy se observan en términos de prosperidad se explican por ciertas conquistas de esa libertad. Pero esa libertad cada tanto se encoge a tal extremo suficiente para fomentar el cultivo de grandes catástrofes sociales como la esclavitud del imperio Romano o el fascismo de los nazis.
Ese achicamiento sistemático del libre intercambio se ha llevado para siempre toda aquella porción de prosperidad como oportunidades desperdiciadas. Pérdida que hoy equivale a pobreza, hambre, miseria, e indigencia en el mundo. Esa pérdida, enorme, que consume la dignidad del hombre, es el costo por no creer, no confiar, y perturbar intencionalmente el libre intercambio. Esas severas restricciones a la libertad prevalecen aún hoy en nuestros días. Esas severas restricciones se llama proteccionismo. Ese Proteccionismo Trágicamente Inmoral.
Atte.
Juan Carlos Vera.
Buenos Aires, Argentina.
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