Un gobierno es una entidad poderosa. Su natural fortaleza deriva de un instinto imperial residual. Es un jugador desmedidamente dominante. Él concentra varios monopolios heredados de sus ancestros: ofrece la moneda, elabora las leyes, aplica la justicia, reprime para un orden, y defiende las fronteras. Print pdf.
Estos monopolios le conceden poderes de emitir dinero y gastarlo discrecionalmente, de arreglar leyes a su medida, de acusar a las personas por ciertos delitos y llevarlos a los tribunales, de confiscarle sus bienes, quitarles todas sus libertades, y, como si eso fuera poco, apoderarse coercitivamente del ingreso de esas personas para financiar todo eso que hace.
Resulta entonces temerosamente abismal la asimetría de poder entre el gobierno y el resto de los ciudadanos de un país. Pero este enorme poder otorgado por los monopolios naturales está fuera de discusión. Es una clase de mal necesario. La parte maligna del mal no está en sus monopolios naturales sino en el instinto de la mano invisible que controla los poderes.
Los gobernantes tienen la propensión a dominar el mundo. Aunque no es su posición monopólica el impulso principal que lo conduce a la brutal tentación de querer controlarlo todo. El gobierno, como si fuera una gran máquina asignadora, es frecuentemente inducido a asignarlo todo, desplazando aquellas necesarias asignaciones que los individuos pueden hacer por si solos en el mercado. Esto puede explicarse usando la figura del tercero en discordia.
Suponga que tres personas, (Juan, Pedro, y Manolo) viven en un país. Nadie discute sobre los beneficios que tiene para estos ciudadanos el libre intercambio de sus bienes. ¿Qué sucede si de repente aparece alguien, un economista, quien encuentra ciertos beneficios para Manolo si se restringe el intercambio de bienes entre Juan y Pedro?. La pregunta que surge es: ¿qué entidad tiene la autoridad moral para frenar los intercambios entre Juan y Pedro con el único propósito de favorecer a Manolo?.
Como las tres personas viven en el mismo país, no hay dudas de que los derechos de Pedro a intercambiar bienes con Juan sin interferencias en favor de Manolo son indiscutibles. No hay entidad con autoridad moral para tal interferencia. O sea, quien interfiera el intercambio entre Juan y Pedro en favor de Manolo, no tendrá la autoridad moral mas que de responder a los intereses de Manolo.
Manolo es aquí el tercero en discordia, un competidor de Pedro. La mano invisible de Manolo ordena al gobierno, con los fundamentos proporcionados por el economista, que interfiera en el intercambio entre Juan y Pedro porque de ese modo él será favorecido de algún modo. No es la supuesta autoridad moral superior del gobierno quién decide la interferencia sino que es Manolo quien convence a los gobernantes para que lo hagan en pos de sus intereses particulares.
Si de repente Pedro se da cuenta de las intenciones del gobierno y se asienta en un país vecino con la idea de escapar a los controles impuestos por el gobierno influenciado por Manolo, entonces Manolo convencerá al gobierno para que cobre algún impuesto o imponga alguna otra restricción a los intercambios internacionales entre Juan y Pedro.
En esta situación, la mano invisible de manolo tendrá que llegar hasta el parlamento de su país con el objeto de obtener una ley que interfiera el intercambio de bienes entre Juan y Pedro argumentando que el intercambio entre las fronteras es dañino a la producción local de bienes. Pero de vuelta, el gobierno no tiene autoridad moral para interferir el intercambio de bienes entre Juan y Pedro pues ambos son ciudadanos del mismo país y tienen los mismos derechos que Manolo para intercambiar. El gobierno interfiere los intercambios entre Juan y Pedro para satisfacer a Manolo.
Para cualquiera de los casos mencionados anteriormente, la mano invisible del controlador, Manolo, fundamentará todas las interferencias argumentando que el mercado es imperfecto por lo que es necesario usar al gobierno para corregir aquellas imperfecciones derivadas de la libre asignación del intercambio. Precisamente aquellas asignaciones que afectan sus propios intereses. La interferencia de los intercambios los hará el gobierno quien financiará sus acciones usando dinero que se obtiene de los ingresos de Juan y Pedro, entre otros ciudadanos.
Esta visión intervencionista es la versión keynesiana de la economía. Keynes es, aquí, el economista (socio de Manolo) que le da argumentos a la mano invisible de Manolo. Su pseudo teorema dice: los mercados imperfectos perjudican a Manolo entonces usemos al gobierno para no dañar a Manolo. Claro, el señor Keynes se olvida del daño que provoca no solo por interferir los intercambios entre Juan, Pedro, y el resto de los ciudadanos sino también por hacerles cargar con el costo operativo del accionar del gobierno. Juan y Pedro no solo resultan perjudicados sino que además se les cobra un adicional por el solo hecho de hacerles daño.
Afortunadamente, la nefasta visión keynesiana no es la única en economía. Hay otros economistas que piensan un poco mejor que el asesor de Manolo. Un grupo de ellos, los de Chicago, argumentan que: dado que el mercado es bueno, entonces usemos el mercado. Los que adhieren a esta visión fundamentan el accionar del mercado argumentando que siempre el mercado es mejor para asignar los bienes privados y consideran irrelevante las imperfecciones del mercado.
Una tercera visión, interesante por hoy, y que corresponde a los Masonomist, dice: dado que los mercados son imperfectos, entonces usemos los mercados. Para esta visión, no hay mercados perfectos pero ello no justifica que el gobierno, respondiendo a la orden del controlador Manolo, deba interferir y restringir la libertad que tienen las personas para usar sus recursos e intercambiar bienes. Son precisamente las imperfecciones del mercado la fuente de inspiración de nuevos negocios y nuevos emprendimientos.
Si Manolo resulta supuestamente perjudicado por el intercambio entre Juan y Pedro es porque su negocio no es competitivo y Pedro le ganó la pulseada con una apuesta superadora. El fracaso de Manolo representa una oportunidad para otro emprendedor de ese país, o del extranjero, quien, por su astucia, su inteligencia, o su creatividad pensará un negocio lo suficientemente competitivo como para desplazar a Pedro de su lugar de privilegio. Cuando eso suceda él tomará el lugar de Pedro y colocará a Pedro en el lugar que él estaba. En ese preciso momento los intercambios se intensificarán, mejorando la producción y los niveles de ingresos, provocando un salto de prosperidad en esa economía.
Para los Masonomist, visión que comparto plenamente, bajo ninguna circunstancia se justifica la intervención keynesiana en la economía. Mejor dicho, no hay ninguna razón moral superior que la justifique mas allá de los intereses de unos pocos. Es el pleno respeto a la libertad de las personas lo que permitirá que ellas usen sus mejores atributos para alcanzar los mejores resultados. La imperfección de los mercados son el principal argumento para no intervenir, no solo porque sin imperfección casi no puede alcanzarse resultado alguno sino también porque las imperfecciones son oportunidades para nuevas fuentes de prosperidad. Queda claro, entonces, quién gana esta batalla entre Controlador vs Mercado.
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