No me imagino viviendo sin libertad. Siempre, desde niño, he gozado de la mas plena y pura libertad. He aprendido a llevarla con todo orgullo y he jurado defender sus principios hasta el fin de mis días. La libertad es, para mi, la base mas esencial en la vida del hombre.
Mas allá de este principio moral, tengo la idea que tal manifestación, de la libertad, tiene raíces elementales. O sea, está codificada en la organización cuántica que hace posible la existencia de los genes sobre los que se constituye nuestra propia vida. Se podrá decir que esto, mas que una reflexión racional, es una visión de mi propia fe. O sea algo que a mi me gustaría que pasara porque de esa forma quedaría muy poco espacio para la misma intervención del hombre, la lógica constituyente se lo impediría, y el hombre libremente constituido podría hacer muy poco en contra de esta lógica. Mi consuelo es que el tiempo juega a mi favor.
Todo nuestro potencial genético tarda tiempo en manifestarse. Las cosas no convergen de modo automático e instantáneo. La misma diversidad genética lo impide. A manera de mecanismo auto-disciplinario esta diversidad es el caldo de cultivo de errores proporcionando el lenguaje propio que utiliza la naturaleza para comunicar aquellos secretos dominantes escondidos bajo el manto génico.
En una sucesión interminable de cambios el hombre socialmente constituido siempre se equivoca. Pero es evidente, a juzgar por los 2 millones de años de evolución como especie independiente, que vamos camino a la libertad social. La esclavitud, las monarquías, las dictaduras y el totalitarismo en general han fracasado como formas de gobierno y administración. Cualquier organización que intenta adoptarlos sucumbe a mitad de camino.
En los tiempos que corren, hemos presenciado la caída de varios totalitarismos. Últimamente se ha adoptado a la democracia como un estándar de gobierno aunque ella, por si sola, no garantiza el respeto y predominio de las libertades. Hoy tenemos claros ejemplos de residuos totalitarios.
Los gobiernos de Cuba y Venezuela lo son. En el primero aún prevalece una dictadura abierta mientras que en el segundo se tiene una dictadura encubierta disfrazada de democracia. En América Latina estos son los únicos regímenes totalitarios que quedan y visto desde afuera sirven como un ejemplo de lo que sucede cuando el hombre intenta marchar en contra de poderosas fuerzas naturales que él nunca podrá dominar pues en el juego de la vida no puede dejar de ser hombre para manipular estas reglas que gobiernan su propia existencia.
Cuba se ha quedado en el tiempo. Venezuela se encamina en esa dirección. Las víctimas de estos totalitarismos son los ciudadanos comunes. Ellos se vuelven mas pobres, menos preparados para competir y progresar, mas vulnerables a situaciones desfavorables, mas aislados, con sus gobiernos progresivamente mas corruptos que cobijan a delincuentes y con el inevitable fracaso en lo individual y colectivo como destino final. La única utilidad que estos ejemplos tienen a escala humana es que se vuelven un espejo en donde nadie desea mirarse. Ahí entra en juego la selección natural. El error se vuelve, paradójicamente, un “bien” perceptible y útil al módico precio de una “miseria que espanta”.
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