Al observar toda la historia de la humanidad, algo más de dos billones de años, sobresale un mensaje contundente: la humanidad es aún hoy una criatura adolescente. Los humanos adolecen de ciertas habilidades para identificar con claridad la importancia de los verdaderos fundamentos de la vida: su propia existencia, sus facultades o libertad, y sus logros o propiedad. Los costos de este aletargado desarrollo resultan enormes. Tal prolongada adolescencia es el principal obstáculo para emprender el camino hacia una perdurable prosperidad. Pero el precio más caro de todos por este desperdicio de tiempo puede ser aún mayor al de prosperidad perdida: permanecer en la adolescencia podría costar la extinción de la especie humana. Print pdf.
En la medida que los humanos enroscamos nuestras vidas en entorno a luchas internas, cosa que ha ocurrido siempre, si bien eso fortalece nuestros genes por el proceso de selección natural también nos debilita porque desperdiciamos una de las cualidades también otorgadas por la naturaleza y que sin duda participa como factor de selección natural: la habilidad para reflexionar y actuar en post de nuestro propio destino.
Los humanos, aunque similares, somos diferentes a nuestros pares vivientes. El resto de los seres vivos deben ajustarse siempre a la disponibilidad de subsistencia mientras que los humanos tenemos el don, ese regalo adicional de la naturaleza o de Dios, para crear medios de subsistencia. Es decir nuestra vida depende de lo que hay pero también de lo que somos capaces de producir y crear, de modo que nuestra subsistencia estará mejor garantizada si están dadas las condiciones para producir y crear.
Es decir la naturaleza nos ha regalado la vida y ciertos recursos pero también nos ha dado ciertas facultades o habilidades especiales para sostener y desarrollar esa vida, facultades o habilidades que nos permiten obtener medios o propiedades para subsistir. Es decir la vida humana viene determinada por lo que Bastiat llama personalidad o existencia, facultades o libertad, y logros o propiedad. Para Bastiat estos tres elementos resultan tan fundamentales que definen la vida misma del hombre, y si las condiciones permiten que los hombres utilicen libremente esas facultades para proveerse de medios propios para subsistir mejor entonces están dadas las bases para una verdadera prosperidad duradera de la humanidad.
Mi interpretación de ese principio de Bastiat es que si se libera toda esa energía empleada en las luchas internas entre nosotros y se permite generar esas condiciones para que los hombres actúen libremente y utilicen los frutos de sus acciones entonces no solo se ahorra esa energía consumida en batallas estériles sino que se garantiza la mejor provisión de subsistencia para cultivar y desarrollar la vida del hombre a lo largo de los tiempos.
Pero desafortunadamente, hoy por hoy, los hombres no estamos empeñados en generar esas condiciones para la prosperidad duradera. Mas bien abundan los descabellados conflictos sin sentido como si fuéramos una manada de bestias irreflexivas. Abunda todo clase de violaciones sobre la propia existencia. Abunda toda clase de restricciones e impedimentos para que los hombres hagamos pleno uso de nuestras facultades. Abunda toda clase de violación a los frutos de las acciones de los hombres, todo tipo de abusos que ciertos hombres cometen con el afán de apropiarse de la propiedad de los demás. Es decir, la humanidad está todavía conformada por bestias primitivas que no han tomado conciencia del significado de la vida.
La pregunta que debo hacerme entonces es ¿por qué persiste esta adolescencia humana?, ¿a la humanidad le esperan algunos billones de años más en este primitivo estado evolutivo de la conciencia?. No tengo respuestas concluyentes a estos interrogantes más que unos pocos indicios que podrían explicarlos.
La adolescencia puede ser interpretada como un etapa naturalmente agradable de la vida, es decir un estadio en el que predomina el sentimiento de comodidad, una clase de hegemonía del instinto de supervivencia con el menor esfuerzo posible. Es lo que Bastiat denomina "el instinto del mínimo dolor". Esta ley, la del mínimo esfuerzo, dice que como la energía de la que dispone un hombre es limitada y costosa entonces siempre es mejor gastar la mínima cantidad de esfuerzo o energía posible para obtener algo, para satisfacer las necesidades humanas. La puesta en práctica de este principio deja la puerta abierta para que cada hombre intente apropiarse de la propiedad de otros hombres al satisfacer sus necesidades pues hacerlo de este modo le provoca el menor dolor posible. Vulgarmente este principio que habilita el robo se conoce con el nombre de "la ley de la selva".
Por lo visto, la humanidad toda no ha podido superar la etapa de la ley de la selva lo cual indica que el comportamiento de sus miembros es idéntico al del resto de las criaturas vivientes. Este comportamiento define a un hombre como adolescente, le impide entender que el robo es mucho más dañino que beneficioso en términos sociales, le impide descubrir los beneficios asociados al predominio y respeto de la propiedad de los demás hombres que integran esa sociedad. Este comportamiento le impide entender que violando la propiedad se provocan violaciones sobres los otros dos aspectos fundamentales de la vida, anulándose las facultades o libertades del resto y llegando a anular la personalidad o existencia misma de ellos, con lo cual los daños en términos de prosperidad por persistir en esta etapa de comodidad son enormemente cuantiosos para la sociedad.
Es imposible prever cuánto tiempo le resta a la humanidad antes de abandonar este encanto. Si este estado primitivo de conciencia sobre los fundamentos de la vida persiste a lo largo del tiempo entonces no cabe esperar más que luchas internas por la subsistencia. Luchas que no suman, similares a las observadas en el seno de otras criaturas vivientes. Si predomina la ley de la selva, la ley del menor dolor o menor esfuerzo, entonces la humanidad zanjará su historia con inútiles batallas y matanzas que ningún significado tendrán para la perpetuidad de nuestra especie más que una simple anécdota biológica tan estéril como la de una riña de gallos: el ganador de esa riña sigue vivo pero eso nada dice más que su mayor probabilidad de perder la vida en la próxima riña.
El daño de este letargo puede ser aún mayor. La humanidad no solo pierde posibilidades de prosperidad sino que también se vuelve más vulnerable a potenciales amenazas naturales. El éxito de nuestra especie en este mundo se da siempre que podemos sortear con éxito los obstáculos que la madre naturaleza nos impone. Pero claramente, dada nuestra situación actual, hay obstáculos bastante probables que si la naturaleza nos lo impone no podríamos sortear tal como sería un accidente cósmico del planeta tierra o algún cambio brusco en las condiciones impuesta por el sistema solar. Nuestras recurrentes batallas o pujas distributivas nos impiden visualizar y ponderar este tipo de obstáculos que en algún momento de la historia aparecerán. Si hoy aparecieran, la humanidad toda se extinguiría probablemente sin dejar rastros de su existencia lo cual sería la derrota final, un fracaso de la vida. En tal caso la existencia de cada hombre habría sido inútil.
Una pregunta residual da vueltas por mi mente. ¿Por qué persiste esta dañina ley de la selva como un estándar en la acción humana?. No creo que ello ocurra por un mero principio biológico, por algo que caracteriza a la vida. Mas bien me inclino a pensar que ello se debe a un accidente natural. Ese accidente consiste a una desconexión o discontinuidad generacional. Es decir si bien los hombres poseemos la capacidad y habilidad de reflexionar, lo cual nos permite prever y valorar los efectos de nuestros actos, esos efectos de nuestros actos ocurren distribuidos a lo largo del tiempo. Este hecho puede habilitar una cierta impunidad intergeneracional que fomenta la ocurrencia de acciones dañinas.
Siempre que le esté permitido, si un hombre descubre que ciertos actos perjudiciales no lo dañan sino que lo benefician entonces actúa. Para ponerlo en términos históricos: si a nuestros ancestros les fue posible actuar y obtener beneficios contemporáneos, aún a sabiendas de que tales actos tendrían consecuencias dañinas para quienes vivimos hoy, entonces quienes vivimos en estos tiempos soportamos tales daños sin haber participado en la decisión e implementación de los actos que los provocan. Igualmente, las generaciones futuras tendrán que soportar las consecuencias de nuestros actos que podrán ser beneficiosos para nosotros pero provocar un daño muy significativo en la vida de nuestros nietos o aún de nuestros hijos. Por esta asimetría de poder, originada en la discontinuidad generacional, las acciones humanas se vuelven inevitablemente injustas, es decir hay imposibilidad de hacer justicia. Tal imposibilidad otorga a los contemporáneos una cierta impunidad generacional y los habilita a actuar provocando daño.
En este momento de nuestra historia, casi toda la organización de la humanidad está puesta al servicio de la ley de la selva, lo cual significa un deterioro de la vida del hombre cuyas acciones dañinas ocurren protegidas y promovidas bajo el paraguas de la impunidad generacional. La sociedad civil, los gobiernos, y hasta las instituciones más elementales que determinan nuestras acciones, han sucumbido, han quedado capturadas por este sentimiento cobarde y extraño de los humanos. Cobarde, porque los hombres no tenemos la valentía de hacernos responsable de nuestra dolorosa pero anhelada prosperidad, y extraño porque parece que nos organizamos para dañarnos entre nosotros más que para promover nuestra alteza como seres vivos evolucionados que queremos y decimos ser. Todo este deterioro de la vida del hombre se deriva en alguna medida por la persistencia de una Humanidad Adolescente.
Atte.
Juan Carlos Vera. Buenos Aires, Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario