ARGENTINA
CAPITAL FEDERAL
HOY-ES
OtrosBlogs -
MisPapers -
MisNotas -
Vínculos -

jueves, diciembre 15, 2022

Ausencia de Coerción

El ser humano es libre si desarrolla su vida, sus actos humanos, en ausencia de coerción. La vida en ausencia de coerción puede transcurrir bajo dos condiciones contrapuestas: viviendo en autarquía o viviendo en sociedad. Bajo condiciones de autarquía, la ausencia de coerción es inmediata porque las personas no mantienen vínculos sociales, no hay acción concertada. Pero la vida en sociedad es distinta, porque al concertar acciones surge la posibilidad de coerción y violencia de unos contra otros.

Vivir bajo autarquía es como vivir en las cavernas. En principio no hay coerción ni violencia pero se anula toda posibilidad de prosperidad y evolución. Cuando estos humanos primitivos se cruzan, se desatan eventos agresivos. Así se instala la violencia permanente y el caos que aniquilan a la especie. Bajo estas condiciones primitivas pudo ocurrir la extinción de algunas estirpes prehumanas. La autarquía es un enemigo para la sociedad en una especie consciente, como la humana.

Para prosperar y evolucionar, el ser humano debe cooperar, debe concertar sus actos, debe vivir en sociedad. Pero la vida en sociedad trae consigo la posibilidad de coerción y violencia. Para evitar esto, el humano tendrá que seguir ciertas reglas exigidas para una cooperación exitosa y beneficiosa. Estas reglas sociales se llaman leyes praxeológicas. Estas leyes son reglas prácticas, no creadas por el hombre, que las personas deben observar y cumplir si pretenden actuar de manera pacífica en sociedad.

La agresión, la violencia y las guerras son una constante en la vida social del ser humano. Es como que siempre que surge una sociedad, también surge la violencia. No hay excepción ni en la historia ni en el mundo. No se tiene registro de una civilización no violenta. En principio, sólo en principio, las mieles de lo que puede ser una sociedad pacífica siempre terminan en un caldo para cultivar violentos.

Si la receta para prosperar y evolucionar es tán simple, tan evidente, ¿por qué el hombre no la aplica? ¿Por qué el humano es un ser agresivo y violento? ¿Es inevitable la violencia en sociedad?

La observancia de leyes praxeológicas es el prerrequisito del hombre libre. El humano que actúa fuera de estas leyes provoca agresión y daño en el proceso de cooperación voluntaria, destruye la libertad. Destruir la libertad es equivalente a destruir la propiedad, todo aquello que un ser libre puede crear y lograr. Este fenómeno social destructivo de la propiedad detiene la prosperidad y evolución humana. Al final de cuentas, si el hombre sometido y esclavo fuera tan productivo como el hombre libre pues entonces la coerción no tendría efectos sociales negativos y, dado esto, toda civilización pujante sería una tiranía absoluta.

El hombre sabe, por las leyes praxeológicas, que la libertad y la coerción son antagónicas, sabe que la coerción destruye la libertad. El ser humano aprende estas leyes no de la lectura, sino de la lógica de la acción humana. La concertación de sus actos, la cooperación, le muestra los límites dentro de los cuales él se vuelve socialmente libre, en donde esos actos son beneficiosos a tal extremo que cada persona puede distinguir esos beneficios sin ambigüedades. Así nace el intercambio, el comercio, los contratos, las organizaciones productivas, las asociaciones, las ciudades, la industria, etc. Bajo la tutela de estas reglas praxeológicas germina cualquier civilización.

Pero este germen civilizador significa riquezas, beneficios, satisfacción. Y si un humano no alcanza estos logros integrándose a la civilización pues entonces los intentará obtener atacando la concertación voluntaria del acto humano. Aquí irrumpe la coerción y el robo. La coerción es el instrumento para la apropiación violenta del logro ajeno, para la transferencia violenta de aquella propiedad alcanzada por el ejercicio de la libertad. El sistema totalitario de mando-obediencia justifica la coerción, simplemente porque este sistema no funciona sin ella. Pero en una sociedad libre la coerción siempre es dañina e injustificable.

La injustificabilidad lógica de la coerción lleva a la organización de la violencia. Los violentos saben que su violencia aislada y espontánea es impracticable, pues a la larga se los descubre y castiga. La única posibilidad para aplicar violencia sistemática en una sociedad es mediante un súper aparato coercitivo, mediante la institucionalización monopólica de la coerción: a través del estado. Esta institución monopólica es la razón de ser del estado. El estado es una creación de los violentos para aplicar su violencia.

El extremo de la coerción se da cuando se anulan por completo la libertad y la propiedad privada, lo cual ocurre en el comunismo/socialismo. En esta situación, una élite totalitaria se apropia de todos los logros, de toda la vida de las personas. Esta servidumbre total jamás puede alcanzarse sin un monopolio de la coerción y por esto todo político, todo totalitario, es estatista y nunca libertario. Por esto mismo, ningún libertario es estatista.

Hoy en día, las sociedades del mundo transitan una encrucijada, un cruce entre el camino de la esclavitud y la explotación y el camino de la libertad. Le toca a la democracia ser el campo donde se libra una batalla encarnizada entre el totalitarismo y la libertad, entre el sometimiento y la liberación. Las democracias del mundo, lejos de fomentar la libertad y el libre capitalismo, son un fertilizante donde germina y se desarrolla el totalitarismo comunista/socialita, son el abono de la coerción y la violencia. Los gobernantes atrapan a las masas con su estructura clientelista, las seducen con falsos privilegios hasta que cada persona se vuelve dependiente de la servidumbre estatal. La democracia es completamente funcional a esta estrategia totalitaria. Todos sabemos el final de esta historia: decadencia, miseria, guerras y atrocidades humanas.

Pero cada hombre, cada ser humano que integra las masas, es consciente de sus actos. Ellos se dejan seducir y atrapar por falsos profetas de la prosperidad, ellos adoran a sus propios verdugos, a sus propios explotadores. Ellos saben que al final del camino totalitario su descendencia será esclavizada, explotada y aniquilada. Ese es el destino final del totalitarismo: se lleva puesta civilizaciones enteras. Esta es una excusa más que suficiente para educar y vivir bajo los principios de la libertad.

El faro que hoy ilumina la ruta de la libertad tendrá que brillar con más potencia para despejar las dudas en las mentes y corazones de aquellos que deben elegir el camino a seguir. Las opciones son muy claras: libertad o explotación. La gran batalla, la última tarea del libertario, es mostrar al mundo entero que el camino de la libertad es la mejor opción y que la única forma de transitarlo exitosamente es bajo ausencia de coerción.

No hay comentarios: