Por este carácter incierto del acto humano se dice que la incertidumbre es una categoría de la acción humana. Esta incertidumbre requiere de la naturaleza temporal de la acción. Si algún resultado se obtiene instantáneamente, sin el transcurso de tiempo alguno, entonces no puede provenir de un acto humano pues en tal caso dejaría de ser incierto. Pero la ley de la mínima acción física (no humana) impide la instantaneidad de cualquier proceso, incluido los procesos humanos. Si bien el tiempo es una categoría de acción pues todo acto humano lo implica, éste no es la causa última de la incertidumbre.
La causa última está en la misma condición humana, en la intención, en el propósito. Cuando un ser humano pretende lograr algo, lo hace recurriendo a la premeditación: los datos y las facultades fundamentales de la mente (la razón, la voluntad y la emoción). Las condiciones de la premeditación son tales que toda la síntesis de la acción es incierta. No hay fórmulas matemáticas que permitan expresarla completamente. Siempre hay aspectos desconocidos, imponderables, ignorados o redundantes que inundan el acto humano. Los medios, la tecnología, las necesidades, el trabajo, el ambiente, etc., se combinan de forma tal que le dan a la acción una complejidad extrema. Esto se vuelve mucho más complejo aún, cuando los humanos intentan concertar sus acciones en sociedad.
La característica principal de la incertidumbre de la acción es que no se puede medir matemáticamente. No es posible expresarla en una fórmula o con un número. Es como un ruido de fondo permanente. Esta incertidumbre sólo se puede tratar lógicamente dentro de la teoría de la acción humana, en la praxeología. Allí uno puede descubrir las implicancias lógicas de la incertidumbre pero los datos y las estadísticas son inútiles para predecir y hacer pronósticos. En este sentido se dice que la incertidumbre en la acción humana es estrictamente inevitable.
Entonces ¿qué hacer con ella? ¿se la puede domar? Se la puede minimizar evitando todo aquel ruido innecesario, no lógico. Por ejemplo en una sociedad de mercado, toda intervención del gobierno es innecesaria no sólo porque genera daño cierto en el proceso de concertación voluntaria de la acción sino también porque agrega incertidumbre a los mismos resultados de la cooperación social. Ningún gobierno puede garantizar un mejor resultado con su intervención innecesaria. Siempre, los mejores actos concertados son aquellos concertados voluntariamente. Por esto, el libre mercado es dominante.
La lógica de la acción humana, el único instrumento de su teoría, nos enseña que la incertidumbre siempre está, que se deriva últimamente de las propias limitaciones de la mente humana, que es no medible y que todo ruido innecesario es evitable. Tal vez la incertidumbre es un recordatorio más del carácter no divino del hombre. Tal vez los Dioses, como una marca más de su creación, nos dejaron como obsequio la incertidumbre.
La causa última está en la misma condición humana, en la intención, en el propósito. Cuando un ser humano pretende lograr algo, lo hace recurriendo a la premeditación: los datos y las facultades fundamentales de la mente (la razón, la voluntad y la emoción). Las condiciones de la premeditación son tales que toda la síntesis de la acción es incierta. No hay fórmulas matemáticas que permitan expresarla completamente. Siempre hay aspectos desconocidos, imponderables, ignorados o redundantes que inundan el acto humano. Los medios, la tecnología, las necesidades, el trabajo, el ambiente, etc., se combinan de forma tal que le dan a la acción una complejidad extrema. Esto se vuelve mucho más complejo aún, cuando los humanos intentan concertar sus acciones en sociedad.
La característica principal de la incertidumbre de la acción es que no se puede medir matemáticamente. No es posible expresarla en una fórmula o con un número. Es como un ruido de fondo permanente. Esta incertidumbre sólo se puede tratar lógicamente dentro de la teoría de la acción humana, en la praxeología. Allí uno puede descubrir las implicancias lógicas de la incertidumbre pero los datos y las estadísticas son inútiles para predecir y hacer pronósticos. En este sentido se dice que la incertidumbre en la acción humana es estrictamente inevitable.
Entonces ¿qué hacer con ella? ¿se la puede domar? Se la puede minimizar evitando todo aquel ruido innecesario, no lógico. Por ejemplo en una sociedad de mercado, toda intervención del gobierno es innecesaria no sólo porque genera daño cierto en el proceso de concertación voluntaria de la acción sino también porque agrega incertidumbre a los mismos resultados de la cooperación social. Ningún gobierno puede garantizar un mejor resultado con su intervención innecesaria. Siempre, los mejores actos concertados son aquellos concertados voluntariamente. Por esto, el libre mercado es dominante.
La lógica de la acción humana, el único instrumento de su teoría, nos enseña que la incertidumbre siempre está, que se deriva últimamente de las propias limitaciones de la mente humana, que es no medible y que todo ruido innecesario es evitable. Tal vez la incertidumbre es un recordatorio más del carácter no divino del hombre. Tal vez los Dioses, como una marca más de su creación, nos dejaron como obsequio la incertidumbre.
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