La cultura occidental se desarrolla y sustenta sobre principios Libertarios. La libertad de las personas es la base de esta civilización; las personas son libres, predomina el libre albedrío, la voluntad propia. Si bien sus sistemas de gobierno son intrusivos en lo social e intervencionistas en lo económico, las libertades individuales siempre constituyen un freno, una barrera, de última instancia a las pretensiones abusivas de los gobiernos en cualquier sociedad occidental. Hay un límite que los gobernantes no pueden pasar, hay un abismo donde cae toda pretensión totalitaria de la política: el completo repudio al comando-control, el completo repudio a la orden-obediencia.
Por lo contrario, la cultura oriental se sustenta y desarrolla sobre el flagelo del sometimiento humano, sobre la base del dominio-control, de la orden-obediencia. En esta cultura siempre hay alguien que lo controla todo y somete al resto, siendo esta situación ampliamente aceptada por los súbditos. No hay resistencia. Es una sociedad de amos y súbditos voluntarios; los amos dan las órdenes y los súbditos asienten incondicionalmente. Claramente, la cultura oriental rechaza los principios libertarios; el desprecio de la orden, el rechazo a la obediencia, no tiene cabida en la mente, el corazón y el espíritu oriental.
Tales sistemas culturales son esencialmente incompatibles entre sí; su convivencia es imposible: la persona es o no libre, acepta o no la obediencia. Esto lleva a concluir que los rasgos sobresalientes de ambas culturas no pueden convivir. El libre mercado de la economía occidental es inviable bajo un régimen totalitario oriental; la centralización política oriental es inviable bajo la exigencia libertaria occidental. El gobierno oriental no tolera una sociedad occidental y la sociedad occidental no tolera un gobierno oriental. Es un choque entre la economía y la política, entre la sociedad y la política. Las libertades occidentales no sobreviven bajo la política oriental; las políticas orientales son repudiadas por la libertad occidental.
Aunque su modelo político continúa hoy en día, el modelo económico oriental fracasó. El colapso económico de oriente tiene su expresión cúlmine en la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría a principios de los 1990 's y con la penetración del capitalismo en la economía China desde principios de los 2000 ’s. La prosperidad económica y social es posible sólo bajo las premisas libertarias de occidente; la economía del dominio-control no funciona, es incapaz de producir satisfacción y atender las crecientes demandas impuestas por una civilización cada vez más compleja y exigente. La calamidad económica y el desorden social bajo el modelo oriental colapsó ante el riesgo de aniquilación total por la falta de alimentos. A oriente no le queda alternativa más que adoptar el modelo económico capitalista occidental. Una exigencia praxeológica para la supervivencia.
Esa penetración del capitalismo económico occidental en oriente puso en alerta a los políticos totalitarios de los países orientales. El capitalismo económico requiere libertades internas mientras que el totalitarismo político exige sometimiento y obediencia. Eso es un problema. El capitalismo bajo presiones totalitarias sobrevive en oriente sólo si mantiene firmes vínculos con el sistema occidental vía libre comercio y libre inversión. De lo contrario colapsa. Esto representa un doble desafío para la política totalitaria oriental pues recibe presiones y amenazas no solo desde los capitalistas que hacen negocios en oriente sino también por las exigencias liberales impuestas desde occidente que deja a oriente sin el control político de sus economías.
Es aquí donde aparece la geoestrategia de oriente. La doble amenaza, económica y política, percibida por los gobernantes orientales, los obliga a reaccionar por el único canal que hoy tienen disponible: la inducción política. Es inviable una guerra, es inviable la invasión, es inviable por su magro desempeño económico; sólo queda inducir un cambio político en occidente. Y no hay muchas posibilidades aquí. Su estrategia implica trasladar el esquema político desde oriente a occidente. Los gobiernos de los países orientales (como Rusia y China) en su afán por aprovechar las mieles del capitalismo occidental y evitar la caída de sus regímenes políticos totalitarios, casi con desesperación, pretenden instalar su sistema político en países occidentales. Algo que está destinado a fracasar desde su génesis, simplemente porque el totalitarismo oriental es socialmente inviable en occidente.
Oriente intenta implementar una estrategia de colonización blanda de las democracias de occidente: la colonización se logra haciendo inevitable el totalitarismo político, afirman. Si se socavan las bases más fundamentales de la sociedad occidental, entonces se podrá derrocar el imperio derivado de la iniciativa individual y así implantar el dominio y control emanado desde las élites políticas más totalitarias. Aquí una pandemia, y sus confinamientos, resultan ser el instrumento indispensable. El reino de la libertad puede ser destronado sólo si se atacan las bases de la sociedad libre: la estabilidad psicológica de las personas. Esa es la lógica geoestratégica de oriente.
Las leyes praxeológicas nos dicen que existe un ordenamiento jerárquico de requerimientos y necesidades. El bienestar derivado de la riqueza material y el confort es un prerrequisito para alcanzar la satisfacción psicológica y espiritual. El ser humano no puede pretender satisfacer sus necesidades más profundas y elevadas sin antes satisfacer sus necesidades más básicas de alimentación, vestimenta y vivienda. El capitalismo permite resolver el problema de las necesidades más básicas. Con los beneficios del capitalismo las personas pueden aspirar a atender sus demandas interiores que hacen a la psicología y la espiritualidad, en donde ni la política ni la economía tienen algo para ofrecer. Esto es lo que falla en las sociedades orientales, pues ellos pretenden abordar el problema interior sin antes resolver el problema exterior de índole estrictamente material. Este último problema es resuelto sólo por el capitalismo, en donde la economía y la política sí que son relevantes.
Como se dijo, el capitalismo es liberador en la sociedad occidental precisamente porque permite al hombre libre resolver satisfactoriamente el problema económico, exterior, lo cual habilita la atención de necesidades interiores sin mayores sobresaltos. Esta satisfacción interior retroalimenta los sentimientos de éxito que las personas le atribuyen a la libertad y así se consolida el fundamento libertario en estas sociedades. Los líderes orientales totalitarios suponen que un golpe sobre la psicología social en la sociedad occidental puede socavar los fundamentos de la libertad, afectar la autoestima de las personas y así allanar el camino para la aplicación de políticas totalitarias que contaminan y deterioran el sistema occidental.
El sentimiento de autorrealización (AR) depende de la autoestima (AE), la autoestima depende del sentido de pertenencia (SP), el sentido de pertenencia depende de la seguridad (S) y la seguridad depende del estatus psicológico (EP) de las personas en la sociedad. Esta satisfacción extramaterial (SE) depende de la satisfacción material (SM). Finalmente, todo queda amalgamado por la libertad; la libertad, como un derivado de la cooperación voluntaria, retroalimenta el esquema virtuoso de satisfacción. Así:
[(AR sóĺo si AE sólo si SP sólo si S sólo si EP) sólo si SM] sólo si LIBERTAD.
En cualquier sociedad humana, la libertad es causa, implicancia necesaria, de satisfacción. Este esquema lógico de satisfacción nos dice, por ejemplo, que un ataque al status psicológico deteriora, por efecto cascada, la autorrealización de las personas. Del mismo modo, cualquier ataque o deterioro de las libertades tendrá efectos devastadores, por retroalimentación circular, sobre la satisfacción.
La lógica geopolítica de los totalitarios orientales presupone que un desbalance psicológico en la sociedad occidental genera una pérdida de confianza en el sistema capitalista, lo cual afecta la autoestima y provoca una menor valoración de las libertades individuales. Así justifican cualquier intervención política totalitaria que destruya la satisfacción, pues las personas insatisfechas y decepcionadas pierden su interés por las libertades individuales abriendo paso a la intervención y sometimiento. Por esta vía surgen y florecen los esporádicos regímenes totalitarios autóctonos en occidente: se provoca la insatisfacción mediante pobreza e inseguridad para luego justificar la mayor intervención totalitaria en la vida económica y social de las personas. Así persisten las autocracias en Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Bolivia y Argentina: servidumbres programadas.
Los encierros son completamente funcionales a la lógica totalitaria. Los confinamientos son una acción directa contra las libertades individuales, pues las personas son literalmente privadas compulsiva y coercitivamente de su libertad. Los confinamientos paralizan la principal fortaleza de la sociedad occidental que es su exitoso capitalismo económico. Un deterioro sistemático de la economía, impacta directamente sobre la psicología, el estado de ánimo y el sentido de pertenencia social de las personas lo cual, a la larga, afecta la autoestima y la autorrealización. Los encierros tienen efectos psicológicos devastadores inmediatos. He aquí la gran apuesta totalitaria de Rusia y China: su guerra psicológica contra la libertad. Si ellos logran doblegar el sentimiento libertario, entonces podrán aplicar y afianzar sus políticas de dominio-control, su lógica de orden-obediencia.
No hay invasiones armadas. No hay guerras con armas, ni una guerra fría (amenaza de guerras con armas), ni mucho menos una invasión económica de oriente sobre occidente. La élite totalitaria de oriente sabe que no tiene ni potencia militar, ni potencia intelectual, ni potencia económica para doblegar las libertades de las personas en la cultura occidental. A los totalitarios de oriente, arrinconados por el capitalismo de occidente y las exigencias materiales de sus propias sociedades, sólo les queda la batalla psicológica, un manotazo a ciegas, un intento desesperado por prolongar un rato más su último aliento.
Ocurre que esta batalla psicológica es muy asimétrica. Los totalitarios, que sí están abroquelados con el monopolio compulsivo coercitivo del poder político, enfrentan un escurridizo enemigo atomizado en miles de millones de individuos que nunca dejarán de ser libres bajo presión psicológica por el simple hecho de que ni la economía ni la política tienen algo para aportar en la satisfacción de la libertad. La demanda de libertad se deriva de una necesidad interna y externa a la vez, es algo que vive, se ejerce y se alimenta desde el interior porque tiene el suficiente poder externo de constituir civilizaciones exitosas y pacíficas; ningún encierro, total o parcial, puede anular algo invariante, inmutable y absoluto, que vive en lo más profundo de millones de occidentales. Por esto, el orden social occidental es un ferviente productor de libertades. Entonces, el resultado es inmediato. Pero, más allá del previsible desenlace final, debemos recordar que, en esta batalla de la tercera guerra mundial, Los Confinamientos son un Ataque a Occidente.
Por lo contrario, la cultura oriental se sustenta y desarrolla sobre el flagelo del sometimiento humano, sobre la base del dominio-control, de la orden-obediencia. En esta cultura siempre hay alguien que lo controla todo y somete al resto, siendo esta situación ampliamente aceptada por los súbditos. No hay resistencia. Es una sociedad de amos y súbditos voluntarios; los amos dan las órdenes y los súbditos asienten incondicionalmente. Claramente, la cultura oriental rechaza los principios libertarios; el desprecio de la orden, el rechazo a la obediencia, no tiene cabida en la mente, el corazón y el espíritu oriental.
Tales sistemas culturales son esencialmente incompatibles entre sí; su convivencia es imposible: la persona es o no libre, acepta o no la obediencia. Esto lleva a concluir que los rasgos sobresalientes de ambas culturas no pueden convivir. El libre mercado de la economía occidental es inviable bajo un régimen totalitario oriental; la centralización política oriental es inviable bajo la exigencia libertaria occidental. El gobierno oriental no tolera una sociedad occidental y la sociedad occidental no tolera un gobierno oriental. Es un choque entre la economía y la política, entre la sociedad y la política. Las libertades occidentales no sobreviven bajo la política oriental; las políticas orientales son repudiadas por la libertad occidental.
Aunque su modelo político continúa hoy en día, el modelo económico oriental fracasó. El colapso económico de oriente tiene su expresión cúlmine en la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría a principios de los 1990 's y con la penetración del capitalismo en la economía China desde principios de los 2000 ’s. La prosperidad económica y social es posible sólo bajo las premisas libertarias de occidente; la economía del dominio-control no funciona, es incapaz de producir satisfacción y atender las crecientes demandas impuestas por una civilización cada vez más compleja y exigente. La calamidad económica y el desorden social bajo el modelo oriental colapsó ante el riesgo de aniquilación total por la falta de alimentos. A oriente no le queda alternativa más que adoptar el modelo económico capitalista occidental. Una exigencia praxeológica para la supervivencia.
Esa penetración del capitalismo económico occidental en oriente puso en alerta a los políticos totalitarios de los países orientales. El capitalismo económico requiere libertades internas mientras que el totalitarismo político exige sometimiento y obediencia. Eso es un problema. El capitalismo bajo presiones totalitarias sobrevive en oriente sólo si mantiene firmes vínculos con el sistema occidental vía libre comercio y libre inversión. De lo contrario colapsa. Esto representa un doble desafío para la política totalitaria oriental pues recibe presiones y amenazas no solo desde los capitalistas que hacen negocios en oriente sino también por las exigencias liberales impuestas desde occidente que deja a oriente sin el control político de sus economías.
Es aquí donde aparece la geoestrategia de oriente. La doble amenaza, económica y política, percibida por los gobernantes orientales, los obliga a reaccionar por el único canal que hoy tienen disponible: la inducción política. Es inviable una guerra, es inviable la invasión, es inviable por su magro desempeño económico; sólo queda inducir un cambio político en occidente. Y no hay muchas posibilidades aquí. Su estrategia implica trasladar el esquema político desde oriente a occidente. Los gobiernos de los países orientales (como Rusia y China) en su afán por aprovechar las mieles del capitalismo occidental y evitar la caída de sus regímenes políticos totalitarios, casi con desesperación, pretenden instalar su sistema político en países occidentales. Algo que está destinado a fracasar desde su génesis, simplemente porque el totalitarismo oriental es socialmente inviable en occidente.
Oriente intenta implementar una estrategia de colonización blanda de las democracias de occidente: la colonización se logra haciendo inevitable el totalitarismo político, afirman. Si se socavan las bases más fundamentales de la sociedad occidental, entonces se podrá derrocar el imperio derivado de la iniciativa individual y así implantar el dominio y control emanado desde las élites políticas más totalitarias. Aquí una pandemia, y sus confinamientos, resultan ser el instrumento indispensable. El reino de la libertad puede ser destronado sólo si se atacan las bases de la sociedad libre: la estabilidad psicológica de las personas. Esa es la lógica geoestratégica de oriente.
Las leyes praxeológicas nos dicen que existe un ordenamiento jerárquico de requerimientos y necesidades. El bienestar derivado de la riqueza material y el confort es un prerrequisito para alcanzar la satisfacción psicológica y espiritual. El ser humano no puede pretender satisfacer sus necesidades más profundas y elevadas sin antes satisfacer sus necesidades más básicas de alimentación, vestimenta y vivienda. El capitalismo permite resolver el problema de las necesidades más básicas. Con los beneficios del capitalismo las personas pueden aspirar a atender sus demandas interiores que hacen a la psicología y la espiritualidad, en donde ni la política ni la economía tienen algo para ofrecer. Esto es lo que falla en las sociedades orientales, pues ellos pretenden abordar el problema interior sin antes resolver el problema exterior de índole estrictamente material. Este último problema es resuelto sólo por el capitalismo, en donde la economía y la política sí que son relevantes.
Como se dijo, el capitalismo es liberador en la sociedad occidental precisamente porque permite al hombre libre resolver satisfactoriamente el problema económico, exterior, lo cual habilita la atención de necesidades interiores sin mayores sobresaltos. Esta satisfacción interior retroalimenta los sentimientos de éxito que las personas le atribuyen a la libertad y así se consolida el fundamento libertario en estas sociedades. Los líderes orientales totalitarios suponen que un golpe sobre la psicología social en la sociedad occidental puede socavar los fundamentos de la libertad, afectar la autoestima de las personas y así allanar el camino para la aplicación de políticas totalitarias que contaminan y deterioran el sistema occidental.
El sentimiento de autorrealización (AR) depende de la autoestima (AE), la autoestima depende del sentido de pertenencia (SP), el sentido de pertenencia depende de la seguridad (S) y la seguridad depende del estatus psicológico (EP) de las personas en la sociedad. Esta satisfacción extramaterial (SE) depende de la satisfacción material (SM). Finalmente, todo queda amalgamado por la libertad; la libertad, como un derivado de la cooperación voluntaria, retroalimenta el esquema virtuoso de satisfacción. Así:
[(AR sóĺo si AE sólo si SP sólo si S sólo si EP) sólo si SM] sólo si LIBERTAD.
En cualquier sociedad humana, la libertad es causa, implicancia necesaria, de satisfacción. Este esquema lógico de satisfacción nos dice, por ejemplo, que un ataque al status psicológico deteriora, por efecto cascada, la autorrealización de las personas. Del mismo modo, cualquier ataque o deterioro de las libertades tendrá efectos devastadores, por retroalimentación circular, sobre la satisfacción.
La lógica geopolítica de los totalitarios orientales presupone que un desbalance psicológico en la sociedad occidental genera una pérdida de confianza en el sistema capitalista, lo cual afecta la autoestima y provoca una menor valoración de las libertades individuales. Así justifican cualquier intervención política totalitaria que destruya la satisfacción, pues las personas insatisfechas y decepcionadas pierden su interés por las libertades individuales abriendo paso a la intervención y sometimiento. Por esta vía surgen y florecen los esporádicos regímenes totalitarios autóctonos en occidente: se provoca la insatisfacción mediante pobreza e inseguridad para luego justificar la mayor intervención totalitaria en la vida económica y social de las personas. Así persisten las autocracias en Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Bolivia y Argentina: servidumbres programadas.
Los encierros son completamente funcionales a la lógica totalitaria. Los confinamientos son una acción directa contra las libertades individuales, pues las personas son literalmente privadas compulsiva y coercitivamente de su libertad. Los confinamientos paralizan la principal fortaleza de la sociedad occidental que es su exitoso capitalismo económico. Un deterioro sistemático de la economía, impacta directamente sobre la psicología, el estado de ánimo y el sentido de pertenencia social de las personas lo cual, a la larga, afecta la autoestima y la autorrealización. Los encierros tienen efectos psicológicos devastadores inmediatos. He aquí la gran apuesta totalitaria de Rusia y China: su guerra psicológica contra la libertad. Si ellos logran doblegar el sentimiento libertario, entonces podrán aplicar y afianzar sus políticas de dominio-control, su lógica de orden-obediencia.
No hay invasiones armadas. No hay guerras con armas, ni una guerra fría (amenaza de guerras con armas), ni mucho menos una invasión económica de oriente sobre occidente. La élite totalitaria de oriente sabe que no tiene ni potencia militar, ni potencia intelectual, ni potencia económica para doblegar las libertades de las personas en la cultura occidental. A los totalitarios de oriente, arrinconados por el capitalismo de occidente y las exigencias materiales de sus propias sociedades, sólo les queda la batalla psicológica, un manotazo a ciegas, un intento desesperado por prolongar un rato más su último aliento.
Ocurre que esta batalla psicológica es muy asimétrica. Los totalitarios, que sí están abroquelados con el monopolio compulsivo coercitivo del poder político, enfrentan un escurridizo enemigo atomizado en miles de millones de individuos que nunca dejarán de ser libres bajo presión psicológica por el simple hecho de que ni la economía ni la política tienen algo para aportar en la satisfacción de la libertad. La demanda de libertad se deriva de una necesidad interna y externa a la vez, es algo que vive, se ejerce y se alimenta desde el interior porque tiene el suficiente poder externo de constituir civilizaciones exitosas y pacíficas; ningún encierro, total o parcial, puede anular algo invariante, inmutable y absoluto, que vive en lo más profundo de millones de occidentales. Por esto, el orden social occidental es un ferviente productor de libertades. Entonces, el resultado es inmediato. Pero, más allá del previsible desenlace final, debemos recordar que, en esta batalla de la tercera guerra mundial, Los Confinamientos son un Ataque a Occidente.
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