Un ser humano es libre, dice von Mises, si puede ejecutar su plan de vida, si puede elegir sus fines y arbitrar los medios para alcanzarlos, sin ser arbitrariamente interferido por los demás. Pero la libertad no es algo con lo que el hombre nace, no es un derecho natural a ser garantizado de alguna manera; no existe el hombre libre en el sentido metafísico del término. La libertad, dice von Mises, es una noción, un concepto, que puede aplicarse a la vida del hombre sólo en un contexto social. El ser humano se libera y es libre sólo viviendo en sociedad, creando un orden social bajo la división del trabajo que promueva y genere cooperación. La noción clave aquí es que no cualquier sistema de cooperación social produce libertad como subproducto necesario. Sólo el mercado, el capitalismo -la división del trabajo bajo propiedad privada de medios de producción- genera libertad. Cada persona se vuelve libre, actúa sin ser interferida por sus pares, vive sin ser violentada, vive para servir y ser servida para beneficiar y beneficiarse, es el disparador de prosperidad, sólo bajo el sistema social de mercado. Es esta libertad la que suele ser atacada por otros hombres ya sea actuando aisladamente u organizados a través del estado.
En contraste al sistema de mercado, un hombre actuando solitariamente o sirviendo bajo un sistema socialista, es un hombre no libre, porque vive bajo el yugo de violencia y amenazas permanente. La libertad de un humano solitario, autosuficiente, se acaba cuando su camino se cruza con el de otro humano más fuerte que él, quien lo somete y sólo le deja la rendición o la muerte como alternativas de acción. Además, a un peon que vive bajo un régimen socialista sólo le queda el suicidio como alterativa de acción; en un régimen socialista siempre se hace la voluntad del director; el resto, los súbditos, sólo reciben y obedecen órdenes e instrucciones. El mercado es el único sistema social que produce libertad.
Ahora bien, un hombre libre es un hombre próspero porque la libertad producida bajo el mercado es la condición esencial para generar excedentes de satisfacción, es lo que permite a cada persona servir y ser servido, permite establecer un complejo de relaciones humanas voluntarias mutuamente beneficiosas. Los compromisos y coordinaciones del accionar de las personas bajo la división del trabajo en el mercado permiten llevar al límite las posibilidades de prosperidad precisamente porque cada persona produce la dosis de libertad que requiere para actuar en consonancia con esa prosperidad adicional. Ese hombre libre puede extender y exprimir al extremo sus posibilidades de contribución social porque al hacer esto, se beneficia él mismo.
Entonces, si el mercado es el santo grial de la libertad y la libertad es un insumo básico de la prosperidad ¿Por qué las personas eligen alimentar una bestia que oprime sus libertades y destruye el mercado? ¿Por qué se busca en los gobiernos lo opuesto a lo que los gobiernos producen y ofrecen?.
La justificación minarquista de la existencia del estado, y sus gobiernos, supone que la propensión a la violencia innata en cada persona, se extiende en violencia generalizada ante cualquier manifestación de prosperidad derivada de la libertad. Mises sostiene que "...la paz, la ausencia de violencia de todos contra todos, sólo puede ser alcanzada si se establece un sistema en el cual el poder para ejercer violencia se monopoliza, se recluye, en un aparato de compulsión y coerción el cual aplica violencia en cada caso particular según leyes o reglas específicas creadas por el hombre, a diferencia de las leyes naturales y praxeológicas". Mises concluye que "...el implemento esencial de cualquier sociedad es la operación de este aparato que se llama gobierno".
De esta noción de Mises, surge que la única entidad habilitada para usar violencia en la sociedad es el estado. Es más, si el estado sigue estrictamente esas leyes creadas al aplicar violencia en cada caso que lo requiera, pues entonces se alcanza la paz como un derivado necesario de la libertad que cada persona produce en el mercado.
El problema con esta receta para alcanzar la paz y la prosperidad es que supone al gobierno, ese implemento esencial de la sociedad, integrado por máquinas, sin voluntad propia, que operan bajo el estricto cumplimiento de leyes creadas por el hombre a modo similar en que un autómata cumple y ejecuta las sentencias de un programa de ordenador.
Aún suponiendo que esas leyes hechas por el hombre son inmutables y autoevidentes, aun suponiendo que quien aplica la violencia es independiente de quien verifica el estricto cumplimiento de esas leyes, pues eso no anula el hecho de que los gobernantes son personas, imperfectas y falibles, con todas las bondades y calamidades de cualquier ser humano y, por ende, con toda la propensión para hacer el mal y actuar con violencia arbitraria como cualquier ser humano.
Ocurre que cuando los hombres de estado se encuentran al mando del estado, timoneando ese monopolio de compulsión y coerción, cuando se descubren en posición inmejorable para aplicar esa violencia que llevan consigo mismo pues ellos son ese monopolio -ninguna otra entidad social tiene ese poder-, ahí entienden que no hay incentivos para no aplicar violencia a discreción en vista a las recompensas que esa violencia les genera. El paso de ser un gobernante cuya conducta es neutral ante la ley a ser un violento indiscriminado amparado por un monopolio de la violencia, es simplemente la toma de conciencia. Apenas el gobernante se da cuenta que puede cosechar infinitos beneficios desde esa posición, se vuelve violento, destruye el mercado y aplasta las libertades. Este es el accionar cotidiano de cada gobernante demócrata contemporáneo. Lo vemos a diario. Las democracias se transformaron en la autopista hacia el comunismo, hacia la servidumbre socialista. El estado y sus gobiernos son los que dirigen la nave hacia ese destino. El resto, los ciudadanos, son los pasajeros, las víctimas involuntarias de esta tragedia?.
Es claro que los ciudadanos no son ni ignorantes ni inocentes. Hoy en día nadie ignora los riesgos y peligros asociados al estado y sus gobiernos; cada persona sufre en carne propia los daños por la destrucción de libertades, por las confiscaciones de ingresos y riquezas impuestas por los gobiernos. Nadie ignora que el accionar del hombre de estado sirve al único propósito de enriquecer a gobernantes y aliados. Además, cada ciudadano decide a diario continuar o no en este viaje que proponen los gobernantes; las democracias no son centros de concentración en donde cada persona queda atrapada sin posibilidades de fuga. Al final, la decisión última es rebelarse o no contra las imposiciones derivadas del estado; cada persona puede decidir abandonar al estado a su propia suerte. Los ciudadanos no son víctimas sino pasajeros voluntarios de este viaje de terror. De nuevo me hago la pregunta inicial: por qué?.
Simplemente porque, para la valoración de los ciudadanos, los beneficios por permanecer superan las pérdidas derivadas de las violaciones permanentes a las libertades. No hay un motivo de subsistencia para la rebelión y la movilización hacia un orden social que vuelva inevitable la ausencia de los gobernantes del mismo modo a como ocurrió durante el surgimiento del capitalismo. Al inicio del capitalismo, cada persona enfrentaba problemas de subsistencia que los gobernantes no podían resolver. Fue precisamente lo contrario a la hegemonía estatal, fue el orden espontáneo del accionar de las personas como la única alternativa posible para producir alimentos y protección, lo que permitió superar ese problema de subsistencia. Con el estado dominando y controlando la producción, eso no era posible. Así fue que la ausencia del estado resultó prácticamente inevitable.
Los beneficios del capitalismo, de ese nuevo orden social que surgió, fueron tan evidentes y significativos que desde entonces, desde finales del siglo XVIII, casi toda la humanidad acepta al capitalismo como su único estándar que produce satisfacción y prosperidad. Cada régimen totalitario fue capitulando, uno por uno, ante la superioridad económica del capitalismo, al ser éste el único sistema social que no sólo resuelve el problema económico de subsistencia sino que genera prosperidad perpetua. Hoy en día, la sociedad es económicamente inviable sin capitalismo. Incluso, los engendros, las abominaciones socialistas actuales, como Rusia, China, Cuba, Norcorea, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Argentina, subsisten gracias a sus vínculos íntimos con el capitalismo.
Hoy en día, después de los encierros y atropellos a los que fueron sometidas las sociedades en el mundo, con la irrupción de las tiranías sanitarias aplicadas por los gobiernos, se dieron las condiciones sociales para la capitalización de la paz. Hoy en día hay libertades, anuladas por los gobiernos, que son vitales para la subsistencia de la complejidad social. La sociedad actual es inviable sin esas libertades. La gran movilización remanente, el paso trascendente que a la humanidad, a la acción humana en sociedad, le resta dar, es el ordenamiento espontáneo de la paz, es el avance hacia la ausencia inevitable del gobierno en la producción de libertad. No hay una posición intermedia cuando los gobiernos son en sí mismos destructores de libertades esenciales para la supervivencia. Aquella sociedad en la cual no es posible producir libertades indispensables bajo la tutoría del estado pues es una sociedad en donde la ausencia del gobierno se vuelve inevitable, es una sociedad que está en condiciones de abandonar ese único enemigo de la libertad.
En contraste al sistema de mercado, un hombre actuando solitariamente o sirviendo bajo un sistema socialista, es un hombre no libre, porque vive bajo el yugo de violencia y amenazas permanente. La libertad de un humano solitario, autosuficiente, se acaba cuando su camino se cruza con el de otro humano más fuerte que él, quien lo somete y sólo le deja la rendición o la muerte como alternativas de acción. Además, a un peon que vive bajo un régimen socialista sólo le queda el suicidio como alterativa de acción; en un régimen socialista siempre se hace la voluntad del director; el resto, los súbditos, sólo reciben y obedecen órdenes e instrucciones. El mercado es el único sistema social que produce libertad.
Ahora bien, un hombre libre es un hombre próspero porque la libertad producida bajo el mercado es la condición esencial para generar excedentes de satisfacción, es lo que permite a cada persona servir y ser servido, permite establecer un complejo de relaciones humanas voluntarias mutuamente beneficiosas. Los compromisos y coordinaciones del accionar de las personas bajo la división del trabajo en el mercado permiten llevar al límite las posibilidades de prosperidad precisamente porque cada persona produce la dosis de libertad que requiere para actuar en consonancia con esa prosperidad adicional. Ese hombre libre puede extender y exprimir al extremo sus posibilidades de contribución social porque al hacer esto, se beneficia él mismo.
Entonces, si el mercado es el santo grial de la libertad y la libertad es un insumo básico de la prosperidad ¿Por qué las personas eligen alimentar una bestia que oprime sus libertades y destruye el mercado? ¿Por qué se busca en los gobiernos lo opuesto a lo que los gobiernos producen y ofrecen?.
La justificación minarquista de la existencia del estado, y sus gobiernos, supone que la propensión a la violencia innata en cada persona, se extiende en violencia generalizada ante cualquier manifestación de prosperidad derivada de la libertad. Mises sostiene que "...la paz, la ausencia de violencia de todos contra todos, sólo puede ser alcanzada si se establece un sistema en el cual el poder para ejercer violencia se monopoliza, se recluye, en un aparato de compulsión y coerción el cual aplica violencia en cada caso particular según leyes o reglas específicas creadas por el hombre, a diferencia de las leyes naturales y praxeológicas". Mises concluye que "...el implemento esencial de cualquier sociedad es la operación de este aparato que se llama gobierno".
De esta noción de Mises, surge que la única entidad habilitada para usar violencia en la sociedad es el estado. Es más, si el estado sigue estrictamente esas leyes creadas al aplicar violencia en cada caso que lo requiera, pues entonces se alcanza la paz como un derivado necesario de la libertad que cada persona produce en el mercado.
El problema con esta receta para alcanzar la paz y la prosperidad es que supone al gobierno, ese implemento esencial de la sociedad, integrado por máquinas, sin voluntad propia, que operan bajo el estricto cumplimiento de leyes creadas por el hombre a modo similar en que un autómata cumple y ejecuta las sentencias de un programa de ordenador.
Aún suponiendo que esas leyes hechas por el hombre son inmutables y autoevidentes, aun suponiendo que quien aplica la violencia es independiente de quien verifica el estricto cumplimiento de esas leyes, pues eso no anula el hecho de que los gobernantes son personas, imperfectas y falibles, con todas las bondades y calamidades de cualquier ser humano y, por ende, con toda la propensión para hacer el mal y actuar con violencia arbitraria como cualquier ser humano.
Ocurre que cuando los hombres de estado se encuentran al mando del estado, timoneando ese monopolio de compulsión y coerción, cuando se descubren en posición inmejorable para aplicar esa violencia que llevan consigo mismo pues ellos son ese monopolio -ninguna otra entidad social tiene ese poder-, ahí entienden que no hay incentivos para no aplicar violencia a discreción en vista a las recompensas que esa violencia les genera. El paso de ser un gobernante cuya conducta es neutral ante la ley a ser un violento indiscriminado amparado por un monopolio de la violencia, es simplemente la toma de conciencia. Apenas el gobernante se da cuenta que puede cosechar infinitos beneficios desde esa posición, se vuelve violento, destruye el mercado y aplasta las libertades. Este es el accionar cotidiano de cada gobernante demócrata contemporáneo. Lo vemos a diario. Las democracias se transformaron en la autopista hacia el comunismo, hacia la servidumbre socialista. El estado y sus gobiernos son los que dirigen la nave hacia ese destino. El resto, los ciudadanos, son los pasajeros, las víctimas involuntarias de esta tragedia?.
Es claro que los ciudadanos no son ni ignorantes ni inocentes. Hoy en día nadie ignora los riesgos y peligros asociados al estado y sus gobiernos; cada persona sufre en carne propia los daños por la destrucción de libertades, por las confiscaciones de ingresos y riquezas impuestas por los gobiernos. Nadie ignora que el accionar del hombre de estado sirve al único propósito de enriquecer a gobernantes y aliados. Además, cada ciudadano decide a diario continuar o no en este viaje que proponen los gobernantes; las democracias no son centros de concentración en donde cada persona queda atrapada sin posibilidades de fuga. Al final, la decisión última es rebelarse o no contra las imposiciones derivadas del estado; cada persona puede decidir abandonar al estado a su propia suerte. Los ciudadanos no son víctimas sino pasajeros voluntarios de este viaje de terror. De nuevo me hago la pregunta inicial: por qué?.
Simplemente porque, para la valoración de los ciudadanos, los beneficios por permanecer superan las pérdidas derivadas de las violaciones permanentes a las libertades. No hay un motivo de subsistencia para la rebelión y la movilización hacia un orden social que vuelva inevitable la ausencia de los gobernantes del mismo modo a como ocurrió durante el surgimiento del capitalismo. Al inicio del capitalismo, cada persona enfrentaba problemas de subsistencia que los gobernantes no podían resolver. Fue precisamente lo contrario a la hegemonía estatal, fue el orden espontáneo del accionar de las personas como la única alternativa posible para producir alimentos y protección, lo que permitió superar ese problema de subsistencia. Con el estado dominando y controlando la producción, eso no era posible. Así fue que la ausencia del estado resultó prácticamente inevitable.
Los beneficios del capitalismo, de ese nuevo orden social que surgió, fueron tan evidentes y significativos que desde entonces, desde finales del siglo XVIII, casi toda la humanidad acepta al capitalismo como su único estándar que produce satisfacción y prosperidad. Cada régimen totalitario fue capitulando, uno por uno, ante la superioridad económica del capitalismo, al ser éste el único sistema social que no sólo resuelve el problema económico de subsistencia sino que genera prosperidad perpetua. Hoy en día, la sociedad es económicamente inviable sin capitalismo. Incluso, los engendros, las abominaciones socialistas actuales, como Rusia, China, Cuba, Norcorea, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Argentina, subsisten gracias a sus vínculos íntimos con el capitalismo.
Hoy en día, después de los encierros y atropellos a los que fueron sometidas las sociedades en el mundo, con la irrupción de las tiranías sanitarias aplicadas por los gobiernos, se dieron las condiciones sociales para la capitalización de la paz. Hoy en día hay libertades, anuladas por los gobiernos, que son vitales para la subsistencia de la complejidad social. La sociedad actual es inviable sin esas libertades. La gran movilización remanente, el paso trascendente que a la humanidad, a la acción humana en sociedad, le resta dar, es el ordenamiento espontáneo de la paz, es el avance hacia la ausencia inevitable del gobierno en la producción de libertad. No hay una posición intermedia cuando los gobiernos son en sí mismos destructores de libertades esenciales para la supervivencia. Aquella sociedad en la cual no es posible producir libertades indispensables bajo la tutoría del estado pues es una sociedad en donde la ausencia del gobierno se vuelve inevitable, es una sociedad que está en condiciones de abandonar ese único enemigo de la libertad.
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