Recuerdo siempre con agrado que, durante mi niñez y adolescencia, nunca llevaba apuntes de clase ni libros para estudiar. Lo tenía todo en mi mente. Anotar las trivialidades que repetían los maestros y profesores me resultaba molesto; y leer lo que ellos sugerían era mucho más desagradable aún. Cada vez que asistía a clases, o cada vez que leía lo obligatorio sentía que lo sabia. Esas obligaciones eran como vivir de vuelta algo ya vivido. Un déjà vu. No necesitaba estudiar. Ese período de mi vida lo dediqué íntegramente a vivir en plena naturaleza. Lo mio era estar en el campo, el contacto con los animales y las plantas. Era tal mi devoción por lo natural que a veces andaba en medio de la oscuridad hasta altas horas de la noche, perdido por el desierto. Pero todo cambió al llegar a la universidad.
En la universidad donde estudie mi primera carrera, ingeniería, como en cualquier otra del mundo, el programa de adoctrinamiento es más cruel. Profesores y burócratas son discípulos estrictos de la doctrina. Se imparten determinados contenidos, se intenta enseñarlos, y luego se evalúa para asegurarse si es que al estudiante se le ha lavado su mente. En una carrera universitaria tan estricta en sí misma, como lo es cualquier ingeniería, el adoctrinamiento es riguroso en extremo. El sutil y efectivo instrumento intelectual que se utiliza para ponerlo en escena se llama "empirismo".
El empirismo se aplica como una clase de lenguaje para comunicarse con el oráculo de la verdad. Para la secta empirista la experiencia es la única fuente de conocimiento. Todo conocimiento se origina y proviene de la experiencia, dicen. Obviamente, por lo comentado en el primer párrafo, no podía coincidir con el dogma empirista. Yo sabia que ciertos conocimientos no requerían de la experiencia. Lo había vivido en mi infancia y adolescencia al darme cuenta de los déjà vu. Pero en esta situación el empirismo era inevitable. Estaba solo, nadie lo cuestionaba, todos estudiábamos ingeniería, Argentina vivía en cuasi-dictadura con democracia incipiente, y todo el aparato doctrinario de la universidad era implacablemente sofisticado, tal como lo es hoy en día. Una criatura sola no puede frente a semejante monstruo.
Ante esa situación agobiante, mi estrategia fue apechugar y esperar. Llegará el momento, me dije, en el cual yo decidiré qué leer, dónde buscarlo, cuándo leerlo, qué clases escuchar, y qué clases rechazar. Y, de nuevo, como en aquellos bellos pasajes de mi infancia, no me equivoque. Ese momento llegó luego de finalizada mi carrera de ingeniería. El adoctrinamiento compulsivo impuesto por ese sistema universitario terminó para mi. A partir de ahí, fui yo quien decidió qué hacer y qué estudiar; a pesar de recibir una formación adicional obligatoria en dos postgrados de economía.
La economía es una ciencia social. Para abordar y entender un fenómeno social uno está obligado a abrir la cabeza. No se puede ser tan cerrado como en una ingeniería. También, en el medio, estudié bastante de matemáticas. Estudiar economía y matemáticas fue para mi como tocar el cielo con las manos. Se confirmaban todas mis sospechas. No me quedaban dudas de que el empirismo era un espantoso dogma que se usaba para el adoctrinamiento. Ambas ciencias, la economía y las matemáticas, no requieren de la experiencia para obtener sus teoremas e implicaciones. Punto.
Por fortuna, y gracias a mi resistencia, hoy puedo estudiar y entender por mi mismo toda la complejidad de: la relatividad, la teoría cuántica, las teorías cosmológicas, los espacios vectoriales y topológicos, los espacios de Hilbert, la teoría del caos, la praxeología, las teorías jurídicas, y la economía, entre otras. Entender esto no requiere de la experiencia. Es completa y absolutamente independiente de ella. En mi caso, la semilla de tal entendimiento no la sembró la experiencia. La semilla venía conmigo y germinó en mi infancia. Eso estaba ocurriendo cuando me aburrían maestros y profesores; cuando lo que ellos me obligaban a leer ya lo sabía.
La explicación racional a mis juveniles déjà vu, que aún hoy vivo, se encuentra en los trabajos del, para mi, más grande de todos los filósofos que he leído: Inmanuel Kant. En su conmovedora obra "The Critique of Pure Reason" Kant explora minuciosamente las distintas fuentes que alimentan de conocimiento a la mente humana. Allí él se concentra y estudia una clase de conocimiento muy especial que es completa y absolutamente independiente de toda experiencia. Él llama a los enunciados de este tipo de conocimiento "juicios sintéticos a priori". Es decir, son nuevos conocimientos, nuevos juicios o enunciados, para la mente que no tienen nada que ver con toda experiencia. Estos conocimientos no requieren de experiencia para de repente surgir en la mente de una persona. La mente tiene esa maravillosa habilidad para generarlos. Eso es, simplemente, un evento fantástico, un patrimonio único del ser humano.
Kan demuestra en detalle la existencia de los juicios sintéticos a priori, con lo cual no quedan dudas de su existencia. En una nota que escribí aquí en este blog, intento probar la existencia de estos juicios usando rigurosa lógica proposicional. Además, desafortunadamente para los empiristas, las matemáticas, la geometría en especial, son una prueba viviente de que estos juicios existen. De todos los juicios sintéticos a priori que suelo encontrar, uno de los que me dejan perplejo -anonadado- es el axioma praxeológico de acción de Ludwig von Mises: "los humanos actúan", dice Mises. De este juicio sintético a priori se deriva la completitud de las implicancias de la praxeología incluida “toda” la teoría económica. Fantástico, no?.
Claro, para entender el significado de esto, uno debe entender el significado de la experiencia. ¿Qué es la experiencia?. Para una mente tan genial, como la de Kant, el conocimiento empírico es aquel conocimiento que se obtiene con la participación de la impresión sensorial. Los objetos -cosas, fenómenos, eventos- afectan nuestros sentidos, produciendo representaciones de ellos mismos, lo cual pone nuestro poder de entendimiento en actividad para comparar, conectar, o separar los objetos y así trasformar la materia prima sensorial en conocimiento de esos objetos.
Kant sostiene, que este conocimiento llamado empírico no tiene por qué derivarse exclusivamente de la impresión sensorial. Parte puede provenir como una oferta de la propia facultad cognitiva más que de la impresión sensorial. El conocimiento que no proviene, absolutamente, de la impresión sensorial Kant lo llama a priori. Y si en ese conocimiento -en su enunciado- no hay ningún elemento empírico -algo que se deriva empíricamente- el enunciado es a priori puro, sino es a priori impuro porque está contaminado con impurezas empíricas. Además el conocimiento a priori puede ser analítico si es que el predicado de su enunciado está contenido -oculto- en el sujeto, o sintético si es que no lo está. El enunciado de este último conocimiento es lo que Kant denomina "juicio sintético a priori". Los juicios a priori, en especial los sintéticos, constituyen la explicación de mis déjà vu. De repente me encontraba leyendo juicios -enunciados- a los cuales mi mente había accedido de algún modo.
Por supuesto, lo que he comentado sobre mis déjà vu debe pasarle a millones de jóvenes todo el tiempo, quienes se ven obligados a no avanzar. Ocurre que el sistema educativo doctrinario compulsivo nos tiene entrampados. Vivimos en un callejón sin salida. Las criaturas educando son inocentes e indefensas. No tienen la fuerza ni los recursos para decidir sobre su educación. Y para peor de los males, sus padres son todos conformistas ignorantes, quienes no entienden, ni entenderán, el daño que le ocasionan a sus propios hijos y a su propia descendencia.
La única posibilidad de cambio es que el dogma y la doctrina empirista desaparezca como estándar compulsivo de educación. Pero esta es una decisión que no pueden tomar las víctimas, sino sus victimarios: adultos conformistas ignorantes que usan incluso el adoctrinamiento para lucrar. Cuando pienso sobre esta situación entiendo la ocurrencia de muchas miserias humanas, como: las guerras, la indignidad de la esclavitud, el terrorismo, la explotación, el hambre, y la pobreza. La educación dogmática y doctrinaria impide que la gente se de cuenta que tarde o temprano caerá en esa situación de miseria. Con lo cual, la miseria ocurre.
El ser humano compulsivamente adoctrinado no puede ser libre. Un humano no libre es un humano no viviente, es una momia que se reproduce. Este resultado es muy triste. Pero tengo la esperanza que llegará el día en el que nuestra única salida para continuar como especie sea el completo reconocimiento de que necesitamos ser y vivir en condiciones de absoluta libertad que nos permita elegir, entre otras cosas, cómo educarnos. Tengo la esperanza de que ese momento llegará. Eso será cuando nuestra mente y nuestro espíritu, como miembros de la raza humana, se encuentren liberados y mucho más allá del empirismo.
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En la universidad donde estudie mi primera carrera, ingeniería, como en cualquier otra del mundo, el programa de adoctrinamiento es más cruel. Profesores y burócratas son discípulos estrictos de la doctrina. Se imparten determinados contenidos, se intenta enseñarlos, y luego se evalúa para asegurarse si es que al estudiante se le ha lavado su mente. En una carrera universitaria tan estricta en sí misma, como lo es cualquier ingeniería, el adoctrinamiento es riguroso en extremo. El sutil y efectivo instrumento intelectual que se utiliza para ponerlo en escena se llama "empirismo".
El empirismo se aplica como una clase de lenguaje para comunicarse con el oráculo de la verdad. Para la secta empirista la experiencia es la única fuente de conocimiento. Todo conocimiento se origina y proviene de la experiencia, dicen. Obviamente, por lo comentado en el primer párrafo, no podía coincidir con el dogma empirista. Yo sabia que ciertos conocimientos no requerían de la experiencia. Lo había vivido en mi infancia y adolescencia al darme cuenta de los déjà vu. Pero en esta situación el empirismo era inevitable. Estaba solo, nadie lo cuestionaba, todos estudiábamos ingeniería, Argentina vivía en cuasi-dictadura con democracia incipiente, y todo el aparato doctrinario de la universidad era implacablemente sofisticado, tal como lo es hoy en día. Una criatura sola no puede frente a semejante monstruo.
Ante esa situación agobiante, mi estrategia fue apechugar y esperar. Llegará el momento, me dije, en el cual yo decidiré qué leer, dónde buscarlo, cuándo leerlo, qué clases escuchar, y qué clases rechazar. Y, de nuevo, como en aquellos bellos pasajes de mi infancia, no me equivoque. Ese momento llegó luego de finalizada mi carrera de ingeniería. El adoctrinamiento compulsivo impuesto por ese sistema universitario terminó para mi. A partir de ahí, fui yo quien decidió qué hacer y qué estudiar; a pesar de recibir una formación adicional obligatoria en dos postgrados de economía.
La economía es una ciencia social. Para abordar y entender un fenómeno social uno está obligado a abrir la cabeza. No se puede ser tan cerrado como en una ingeniería. También, en el medio, estudié bastante de matemáticas. Estudiar economía y matemáticas fue para mi como tocar el cielo con las manos. Se confirmaban todas mis sospechas. No me quedaban dudas de que el empirismo era un espantoso dogma que se usaba para el adoctrinamiento. Ambas ciencias, la economía y las matemáticas, no requieren de la experiencia para obtener sus teoremas e implicaciones. Punto.
Por fortuna, y gracias a mi resistencia, hoy puedo estudiar y entender por mi mismo toda la complejidad de: la relatividad, la teoría cuántica, las teorías cosmológicas, los espacios vectoriales y topológicos, los espacios de Hilbert, la teoría del caos, la praxeología, las teorías jurídicas, y la economía, entre otras. Entender esto no requiere de la experiencia. Es completa y absolutamente independiente de ella. En mi caso, la semilla de tal entendimiento no la sembró la experiencia. La semilla venía conmigo y germinó en mi infancia. Eso estaba ocurriendo cuando me aburrían maestros y profesores; cuando lo que ellos me obligaban a leer ya lo sabía.
La explicación racional a mis juveniles déjà vu, que aún hoy vivo, se encuentra en los trabajos del, para mi, más grande de todos los filósofos que he leído: Inmanuel Kant. En su conmovedora obra "The Critique of Pure Reason" Kant explora minuciosamente las distintas fuentes que alimentan de conocimiento a la mente humana. Allí él se concentra y estudia una clase de conocimiento muy especial que es completa y absolutamente independiente de toda experiencia. Él llama a los enunciados de este tipo de conocimiento "juicios sintéticos a priori". Es decir, son nuevos conocimientos, nuevos juicios o enunciados, para la mente que no tienen nada que ver con toda experiencia. Estos conocimientos no requieren de experiencia para de repente surgir en la mente de una persona. La mente tiene esa maravillosa habilidad para generarlos. Eso es, simplemente, un evento fantástico, un patrimonio único del ser humano.
Kan demuestra en detalle la existencia de los juicios sintéticos a priori, con lo cual no quedan dudas de su existencia. En una nota que escribí aquí en este blog, intento probar la existencia de estos juicios usando rigurosa lógica proposicional. Además, desafortunadamente para los empiristas, las matemáticas, la geometría en especial, son una prueba viviente de que estos juicios existen. De todos los juicios sintéticos a priori que suelo encontrar, uno de los que me dejan perplejo -anonadado- es el axioma praxeológico de acción de Ludwig von Mises: "los humanos actúan", dice Mises. De este juicio sintético a priori se deriva la completitud de las implicancias de la praxeología incluida “toda” la teoría económica. Fantástico, no?.
Claro, para entender el significado de esto, uno debe entender el significado de la experiencia. ¿Qué es la experiencia?. Para una mente tan genial, como la de Kant, el conocimiento empírico es aquel conocimiento que se obtiene con la participación de la impresión sensorial. Los objetos -cosas, fenómenos, eventos- afectan nuestros sentidos, produciendo representaciones de ellos mismos, lo cual pone nuestro poder de entendimiento en actividad para comparar, conectar, o separar los objetos y así trasformar la materia prima sensorial en conocimiento de esos objetos.
Kant sostiene, que este conocimiento llamado empírico no tiene por qué derivarse exclusivamente de la impresión sensorial. Parte puede provenir como una oferta de la propia facultad cognitiva más que de la impresión sensorial. El conocimiento que no proviene, absolutamente, de la impresión sensorial Kant lo llama a priori. Y si en ese conocimiento -en su enunciado- no hay ningún elemento empírico -algo que se deriva empíricamente- el enunciado es a priori puro, sino es a priori impuro porque está contaminado con impurezas empíricas. Además el conocimiento a priori puede ser analítico si es que el predicado de su enunciado está contenido -oculto- en el sujeto, o sintético si es que no lo está. El enunciado de este último conocimiento es lo que Kant denomina "juicio sintético a priori". Los juicios a priori, en especial los sintéticos, constituyen la explicación de mis déjà vu. De repente me encontraba leyendo juicios -enunciados- a los cuales mi mente había accedido de algún modo.
Por supuesto, lo que he comentado sobre mis déjà vu debe pasarle a millones de jóvenes todo el tiempo, quienes se ven obligados a no avanzar. Ocurre que el sistema educativo doctrinario compulsivo nos tiene entrampados. Vivimos en un callejón sin salida. Las criaturas educando son inocentes e indefensas. No tienen la fuerza ni los recursos para decidir sobre su educación. Y para peor de los males, sus padres son todos conformistas ignorantes, quienes no entienden, ni entenderán, el daño que le ocasionan a sus propios hijos y a su propia descendencia.
La única posibilidad de cambio es que el dogma y la doctrina empirista desaparezca como estándar compulsivo de educación. Pero esta es una decisión que no pueden tomar las víctimas, sino sus victimarios: adultos conformistas ignorantes que usan incluso el adoctrinamiento para lucrar. Cuando pienso sobre esta situación entiendo la ocurrencia de muchas miserias humanas, como: las guerras, la indignidad de la esclavitud, el terrorismo, la explotación, el hambre, y la pobreza. La educación dogmática y doctrinaria impide que la gente se de cuenta que tarde o temprano caerá en esa situación de miseria. Con lo cual, la miseria ocurre.
El ser humano compulsivamente adoctrinado no puede ser libre. Un humano no libre es un humano no viviente, es una momia que se reproduce. Este resultado es muy triste. Pero tengo la esperanza que llegará el día en el que nuestra única salida para continuar como especie sea el completo reconocimiento de que necesitamos ser y vivir en condiciones de absoluta libertad que nos permita elegir, entre otras cosas, cómo educarnos. Tengo la esperanza de que ese momento llegará. Eso será cuando nuestra mente y nuestro espíritu, como miembros de la raza humana, se encuentren liberados y mucho más allá del empirismo.