La vida pacífica dignifica al ser humano. Vivir en paz eleva su estatus moral, espiritual, y material. El cultivo de las mejores cualidades de la vida sólo se vuelve posible bajo las condiciones reinantes en la paz. Pero, ¿qué es vivir en paz?; y ¿cuáles son sus implicancias?. Lo que recurrentemente retorna a mi mente cada vez que planteo estas interrogantes es si los dos millones de años -más de 100 mil generaciones de humanos; algo así como 100 mil tiradas de dados de un supuesto apostador biológico- de historia sirvió para que los hombre entendieran algo sobre la verdadera trascendencia de la vida, o si es que esa disminuida bestia primitiva -asesina, violadora, y caníbal- ejerce aun un control predominante sobre la conducta de los individuos.
Vivir en paz significa vivir en sociedad respetando la existencia, la libertad, y la propiedad de los demás; es decir, respetando sus plenos derechos. Cualquier violación a estos derechos, altera las condiciones de vida social y tensa las relaciones humanas en el sentido de la agresión que es lo opuesto a la paz. La violencia agresiva es inconsistente con la vida social pacífica. Cuando alguien va por el mundo agrediendo a los demás, no puede esperar menos que recibir agresiones; esta es una ley cuasi-biológica. Es la ley de la selva. ¿Hasta donde se extienden los alcances de esta primitiva ley sobre la conducta humana?. Se extiende hasta donde el orden social humano establece sus límites.
A priori, se sabe que un hombre está predispuesto a agredir siempre que los beneficios obtenidos por hacerlo superen los costos o pérdida que ello le genere. Esto es una consecuencia lógica del axioma de acción de Mises. Si cualquier agresión humana fuera perfectamente identificable con el agresor y tal agresor fuera efectivamente punible, el orden social del hombre sería completamente pacífico, al no quedar espacios para agredir. En tal caso la agresión quedaría totalmente limitada e imposibilitada. Los costos del agresor serían siempre onerosos. Esto es lo que yo llamaría “el” ideal de la paz. Pero el ideal, sin ser una fantasía, resulta poco probable en la práctica social. Lo habitual es que muchos hombres no detecten sus actos agresivos y actúen generando daño involuntario; y también ocurre que individuos intencionalmente dañinos y agresivos actúan agrediendo sin ser detectados o castigados. En una sociedad real hay daño esperable.
Pero sin una cota mínima de paz o una cota máxima de agresión, la sociedad humana se vuelve impracticable. Superada esta cota máxima toda sociedad se disuelve o no se constituye. Una sociedad sólo es constituible sobre el estándar de la paz y no sobre el predominio de la violencia agresiva. En algún momento la paz debe predominar. Dos personas, o grupos, o pueblos, o naciones que se agreden permanentemente, se terminan aniquilando. La aniquilación social es el resultado trivial de la agresión permanente. ¿Por qué ocurre esto?
Aquí entran en juego las implicancias de la paz. Estas implicaciones son económicas. La paz es una condición necesaria para la prosperidad de los hombres y sus sociedades. Los valiosos recursos que requiere la agresión se sustraen del progreso potencial. Las guerras, por ejemplo, no solamente destruyen progreso ya obtenido por aplicar recursos en el pasado sino también impiden que los recursos usados para el accionar bélico se apliquen a generar nueva prosperidad en la sociedad. Es a lo que yo me refiero como “pérdida de doble vía”: se destruye el progreso creado y se impide crear progreso. La suma de esas pérdidas suele ser tan significativa que a la larga vuelven inviables a los pueblos guerreros. Ellos mismos se auto-aniquilan. De este modo, la agresión conduce a la auto-aniquilación.
El ser humano, dispone del motivo, de la intención; rasgo que lo distingue de otras bestias y lo vuelve consciente de casi toda su conducta, de todos sus actos. Conducta y acción se explican por el motivo y la intención. Así lo expresa el gran axioma de la praxeología propuesto por Ludwig von Mises: “el hombre actúa”. Actuar, aquí, significa comportarse motivada e intencionalmente.
El hombre identifica determinadas metas, se focaliza sobre ellas y elige las que desea para luego arbitrar los medios en su intento por alcanzarlas. Así actúa el ser humano. Esta es una verdad innegable y en buena hora que así sea. El problema surge cuando el hombre, viviendo en sociedad, elige metas y arbitra medios que dañan derechos de otras personas. En una sociedad pacífica esos daños se evitan o minimizan habilitando de ese modo la mejor perspectiva para la prosperidad que surge como una de las Bondades de la Paz.
Vivir en paz significa vivir en sociedad respetando la existencia, la libertad, y la propiedad de los demás; es decir, respetando sus plenos derechos. Cualquier violación a estos derechos, altera las condiciones de vida social y tensa las relaciones humanas en el sentido de la agresión que es lo opuesto a la paz. La violencia agresiva es inconsistente con la vida social pacífica. Cuando alguien va por el mundo agrediendo a los demás, no puede esperar menos que recibir agresiones; esta es una ley cuasi-biológica. Es la ley de la selva. ¿Hasta donde se extienden los alcances de esta primitiva ley sobre la conducta humana?. Se extiende hasta donde el orden social humano establece sus límites.
A priori, se sabe que un hombre está predispuesto a agredir siempre que los beneficios obtenidos por hacerlo superen los costos o pérdida que ello le genere. Esto es una consecuencia lógica del axioma de acción de Mises. Si cualquier agresión humana fuera perfectamente identificable con el agresor y tal agresor fuera efectivamente punible, el orden social del hombre sería completamente pacífico, al no quedar espacios para agredir. En tal caso la agresión quedaría totalmente limitada e imposibilitada. Los costos del agresor serían siempre onerosos. Esto es lo que yo llamaría “el” ideal de la paz. Pero el ideal, sin ser una fantasía, resulta poco probable en la práctica social. Lo habitual es que muchos hombres no detecten sus actos agresivos y actúen generando daño involuntario; y también ocurre que individuos intencionalmente dañinos y agresivos actúan agrediendo sin ser detectados o castigados. En una sociedad real hay daño esperable.
Pero sin una cota mínima de paz o una cota máxima de agresión, la sociedad humana se vuelve impracticable. Superada esta cota máxima toda sociedad se disuelve o no se constituye. Una sociedad sólo es constituible sobre el estándar de la paz y no sobre el predominio de la violencia agresiva. En algún momento la paz debe predominar. Dos personas, o grupos, o pueblos, o naciones que se agreden permanentemente, se terminan aniquilando. La aniquilación social es el resultado trivial de la agresión permanente. ¿Por qué ocurre esto?
Aquí entran en juego las implicancias de la paz. Estas implicaciones son económicas. La paz es una condición necesaria para la prosperidad de los hombres y sus sociedades. Los valiosos recursos que requiere la agresión se sustraen del progreso potencial. Las guerras, por ejemplo, no solamente destruyen progreso ya obtenido por aplicar recursos en el pasado sino también impiden que los recursos usados para el accionar bélico se apliquen a generar nueva prosperidad en la sociedad. Es a lo que yo me refiero como “pérdida de doble vía”: se destruye el progreso creado y se impide crear progreso. La suma de esas pérdidas suele ser tan significativa que a la larga vuelven inviables a los pueblos guerreros. Ellos mismos se auto-aniquilan. De este modo, la agresión conduce a la auto-aniquilación.
El ser humano, dispone del motivo, de la intención; rasgo que lo distingue de otras bestias y lo vuelve consciente de casi toda su conducta, de todos sus actos. Conducta y acción se explican por el motivo y la intención. Así lo expresa el gran axioma de la praxeología propuesto por Ludwig von Mises: “el hombre actúa”. Actuar, aquí, significa comportarse motivada e intencionalmente.
El hombre identifica determinadas metas, se focaliza sobre ellas y elige las que desea para luego arbitrar los medios en su intento por alcanzarlas. Así actúa el ser humano. Esta es una verdad innegable y en buena hora que así sea. El problema surge cuando el hombre, viviendo en sociedad, elige metas y arbitra medios que dañan derechos de otras personas. En una sociedad pacífica esos daños se evitan o minimizan habilitando de ese modo la mejor perspectiva para la prosperidad que surge como una de las Bondades de la Paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario