Si hay una expresión que me desagrada en economía es la palabra “desarrollo”. Me queda claro que la única consecuencia por conceder deseos desarrollistas es la perpetuación de una enorme burocracia ineficiente, parásita, corrupta y criminal vinculada a sus ideas. En varios países atrasados, como Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, Brasil, etc. se han venido aplicando recetas para el desarrollo desde finalizada la segunda guerra mundial. El resultado es hoy evidente y contundente: “ninguno” de estos países es desarrollado. Los únicos beneficiados son las organizaciones y los señores que pregonan y agitan las recetas para el desarrollo, como varias organizaciones internacionales de dominio público y algunas organizaciones privadas que las fomentan.
Lo cierto es que, mientras en países como los Latinoamericanos seguimos insistiendo con esas recetas, el mundo verdaderamente avanzado “nunca” “jamás” ni las aplicó ni las consideró. Los países que hoy son desarrollados como Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, Japón y los países de la Comunidad Económica Europea han seguido todos ellos el camino de la “competitividad” basada en la “productividad” de sus economías, confirmando aquella vieja ley económica que afirma que la productividad es sino la única fuente primaria de crecimiento y calidad de vida, siendo el mercado y algunas instituciones económicas básicas, y no las recetas de los desarrollistas, quienes determinan las condiciones mínimas necesarias para acceder a mejoras sustanciales en tal productividad.
La pregunta que hoy me formulo es: ¿por qué se ha arraigado y, aparentemente, fructificado la maleza desarrollista en ciertos países como los de Latinoamérica?. Mi respuesta es que, por aquella ley categórica, nunca se permitió un consistente establecimiento de las verdaderas instituciones del mercado. En Latinoamérica, el populismo recurrente, las violaciones sistemáticas a la propiedad privada, los cambios permanentes en las reglas básicas del intercambio, y la falta de incentivos para los negocios, la creatividad y la innovación, atraviesan a toda la sociedad y se ha establecido como parte de su cultura construyéndose así una formidable barrera para impedir el surgimiento y el éxito asociado a una verdadera economía capitalista de mercado.
Para la economía la palabra “desarrollo” está demás. Es más, no sirve para nada. O, peor aún, sirve solo a los intereses de los desarrollistas. Si se acepta que la economía se nutre, al construir ciencia y evidencia, del “universo” de actividades económicas, entonces ese universo es “la” fuente para armar grupos de actividades económicas. Lo cual es equivalente a decir que no existe otra fuente de actividades económicas. Entonces ¿son los desarrollistas aquellos entes superiores privilegiados capaces de vislumbrar una fuente alternativa y que ellos han resumido en el vocablo “desarrollo”?. Estoy seguro que “no”.
Por ello el secreto que debe descubrir toda sociedad es que no hay ningún milagro desarrollista porque no hay evidencias de tal milagro y porque la economía se nutre de una única fuente: la de las actividades económicas. La clave está ahí. Y en este contexto, dada la evidencia, por avances en la productividad se reúnen de alguna manera aquellas actividades superiores que finalmente trasforman a la comunidad y se expresan en prosperidad y mejor calidad de vida de las personas que la habitan. ¿Qué lugar queda para los desarrollistas?. El único lugar que ocupan. Ser el camino, la guía, para perpetuar el subdesarrollo, o sea: desarrollar el subdesarrollo.
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