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martes, noviembre 03, 2020

Confinadura

Los países de la Unión Europea, y otros del hemisferio norte, enfrentan actualmente la segunda ola o rebrote del virus Sars-Cov-2, el cual viene mutado como la variante Cov-20A.EU1. Esta nueva cepa parece más agresiva, más virulenta y letal, que la original. Estupefactos ante su anterior fracaso, todos los gobernantes de las zonas afectadas responden a lo bestia aplicando, nuevamente, las mismas políticas fracasadas de fuerza bruta y convirtiendo a sus democracias en una confinadura: verdaderos confinamientos dictatoriales -compulsivos coercitivos. Para forzar el confinamiento, los gobiernos emplean sus fuerzas policiales y fuerzas armadas, quienes se encargan de reprimir bloqueando la circulación de las personas, persiguiendo, multando y encarcelando a aquellos ciudadanos que intentan continuar con las actividades pacíficas de su vida cotidiana. ¿Es la confinadura la mejor respuesta posible?.

Los confinamientos aplicados desde el inicio de la pandemia, no lograron detener la enfermedad, ni mucho menos evitar las muertes informadas por causas del virus. La evidencia es contundente ya que no hay diferencias entre regiones confinadas y no confinadas, con el agravante de que todos los países confinados destruyeron sus economías y potenciaron los efectos negativos de la enfermedad.

En su administración de distintas dosis de confinamiento, las autoridades sanitarias y los gobernantes se apoyan en el análisis numérico de la enfermedad, adoptando una filosofía numerológica al momento de definir y aplicar política económica y sanitaria sobre toda la población: si los contagios suben se confina, si bajan se libera. Obviamente, la enfermedad es un fenómeno biológico, al cual se lo pretende abordar como un fenómeno numérico. Algo está mal con este enfoque!.

El virus es el virus que es y tarde o temprano llega a cada persona, por la vía que fuere: por otras personas contagiadas, por el aire, por medio de animales o mediante elementos que la persona toca, bebe o ingiere. No hay manera de evitar que esto ocurra. Además, la enfermedad evoluciona a un caso grave cuando la persona adquiere alta carga viral siendo, en otro caso, un trastorno leve y superado fácilmente por cada paciente. Por todo esto la enfermedad, aunque muy contagiosa, tiene baja letalidad -menor al 2%- lo cual parece sugerir una mejor respuesta política que se podría aplicar para intentar superar el problema: confinamiento voluntario del grupo de riesgo, precaución social y libertad plena para circular y producir dentro del país.

La libertad para circular y producir tiene dos ventajas principales: la primera es evitar el colapso económico durante la crisis y el segundo es fortalecer el sistema inmunológico de las personas que toman contacto con pequeñas cargas del virus.

Por el contrario, el confinamiento draconiano tiene tres efectos muy dañinos: en primer lugar destroza la economía de las personas confinadas y de todas aquellas actividades en las cuales ellas participan; en segundo lugar deprime el sistema inmunológico de los confinados -por estrés, ansiedad, incertidumbre económica y sanitaria, avance de otras enfermedades y conflictos o violencia doméstica; y en tercer lugar aumenta el riesgo de alta carga viral y contagio letal de los confinados si por algún medio llega el virus al sitio de confinamiento. Así, el confinamiento compulsivo coercitivo genera las condiciones ideales para la explosión y mayor letalidad de la enfermedad dentro del hogar y lugares de encierro.

Pero el efecto más contraproducente de la confinadura, de los encierros compulsivos masivos, es que rompe la misma dinámica biológica encargada de mantener a flote a la especie humana: la coevolución. La humanidad, como especie, ha evolucionado junto a este tipo de virus, contagiosos y poco letales. Estos virus cada tanto se declaran en batalla contra la vida humana. Por estas batallas microbianas permanentes, nuestra especie persiste perfeccionando su sistema inmunológico -su arsenal de defensa- a un ritmo que compensa la letalidad de los virus. Por eso estamos aquí ahora.

La única forma de permanecer en esta lucha, contra este tipo de virus, es que una alta proporción de la población mantenga el contacto natural con pequeñas cargas del patógeno de modo que el sistema inmunológico lo pueda reconocer, enfrentar y finalmente vencer. Llegado este punto, el de la creación de anticuerpos, el sistema inmune de la gran mayoría queda fortalecido y preparado para una nueva embestida del atacante, quien enfrentará nuevas barreras que no podrá atravesar, perderá su virulencia y finalmente desaparecerá porque le será poco probable encontrar un huésped que le permita completar su ciclo y mutar para volver a atacar.

Claramente, el fenómeno coevolutivo es biológico, no numerológico; ignorarlo es una arrogancia fatal que cometen tanto médicos como políticos a la hora de sugerir e implementar sus confinaduras. Las confinaduras impiden que la mayoría de las personas tomen contacto con pequeñas cargas del virus por lo que su sistema inmunológico no se prepara para futuras embestidas del patógeno. Cuando el patógeno de primera generación finalmente completa su infección de primera ola, del primer brote, logra generar una nueva generación de atacantes, mucho más robustos y fortalecidos por superar su prueba de explorar e infectar exitosamente el cuerpo humano. Cuando los atacantes de la nueva cepa se ponen en contacto con las potenciales víctimas previamente confinadas, tienen mucha más probabilidad de infección ya que sus huéspedes están desprotegidos y su poder infeccioso es mayor, con lo cual aumenta su virulencia y letalidad. Es decir, las confinaduras vuelven a las personas más vulnerables y al virus más fuerte y mortal. Un resultado opuesto al que se obtiene por coevolución.

La sociedad debe saber que tanto políticos como sanitaristas están haciendo mal su trabajo. Están llevando a la población humana a un callejón de la muerte, una situación que nunca ocurre en condiciones naturales y que casi con seguridad se llevará millones y millones de vidas humanas que la coevolución puede salvar. La sociedad debe saber que existen alternativas políticas las cuales son opuestas a las confinaduras. La sociedad debe saber que la mejor respuesta es, siempre, la libertad. La sociedad debe saber que los virus son peligrosos y mortales pero también debe saber que el mejor aliado de esa letalidad son los políticos y sanitaristas que aplican su confinadura.

1 comentario:

Unknown dijo...

sorprende que un economista tenga más conocimiento y sentido común que la inmensa mayoría de los médicos, ojalá tomen nota