Un asesino -o criminal- es una persona que aniquila o anula la existencia de otra persona. El daño que este acto provoca es irreparable. Cuando el asesino quita la vida de alguien, nada puede hacerse para reparar esa agresión y restituir lo sustraído. El asesinato es, por hoy, un evento irreversible. El corolario apriorístico que surge de ésto es que "...la convivencia social de los humanos exige ser intolerante con los asesinos...", de lo contrario las personas se auto-aniquilarían mediante una progresiva escalada de asesinatos masivos. Dado que cada individuo es consciente de esta consecuencia entonces se pone en alerta permanente para proteger y preservar su vida de todo accionar criminal, y la sociedad humana ha intentado desplegar arreglos institucionales para disuadir la criminalidad en general. Pero ¿qué le ocurriría al hombre social si de repente surgiera un asesino silencioso -tan perfectamente oculto- de tal forma que su accionar e identidad se vuelven indetectable para los demás?. La respuesta es que, dada la implacabilidad del asesino, esa sociedad tarde o temprano sucumbe.
Comúnmente se dice que "...no existe el crimen perfecto..." pues la institución humana puede rastrear cada crimen y detectar exitosamente al criminal. Pero esta conclusión es endeble. No hay demostración contundente de ella. Su único argumento se basa en observaciones empíricas, por lo que su prueba resulta de una extensión arbitraria de validez. Y ya lo mostró von Mises: "...una extensión arbitraria de validez jamás puede constituir lo que en rigor se entiende como una prueba definitiva...". Una prueba en rigor no puede dejar hueco alguno, no puede dejar lugar a dudas. Extender la rastreabilidad del accionar e identidad de un asesino a todos los asesinatos futuros sobre la base de asesinatos ocurridos no puede sostener una noción definitiva -no falsificable- de detectabilidad. Entonces, dado que el empirismo en general no permite constituir pruebas concluyentes, no es posible falsificar empíricamente "...el crimen perfecto...". No hay garantías para su no ocurrencia futura. El crimen perfecto no puede negarse empíricamente.
Es más, el crimen perfecto es de lo más frecuente que sucede en una sociedad. ¿Cuál es ese crimen?. Un asesino sutil no tiene incentivos para aniquilar la existencia, per se, de un individuo al cometer su crimen. Le basta aniquilar las cualidades -aptitudes- que determinan la existencia para así ver cumplido su objetivo. Eso es lo que un criminal silencioso hace. Esta clase de criminal es mucho más ambicioso que uno común. No sólo aniquila las cualidades que él minuciosamente elije, sino que fomenta el cultivo de aquellas que le sirven al propósito aún mayor que es esclavizar a su víctima y quedarse con todos sus logros. O sea, además de asesinar, esclaviza, y roba. Su esmerada tarea le permite apropiarse por completo de la vida de las personas. Las personas muertas no le sirven, y por eso al aplicar su plan las deja vivir.
Pero ¿qué individuo u organización social tiene semejante envergadura y poderes similares a los de esta clase de criminales?. La respuesta es simple: "los gobernantes". En las sociedades contemporáneas, los gobernantes ostentan monopolios que les permiten hacer lo que les plazca. Por ejemplo tienen el monopolio de crear y administrar reglas de convivencia, el monopolio para forzar el cumplimiento de esas reglas, el monopolio para emitir moneda falsa sin respaldo alguno, y el monopolio de decisión de última instancia -árbitros o jueces de última instancia. Estos cuatro monopolios alcanza para que los gobernantes violen impunemente los derechos de cualquier otra persona. Los gobernantes nos dicen cómo tenemos que vivir y, si no acatamos esto, nos aplican los castigos por ellos elegidos; los gobernantes siempre tienen la razón porque son el árbitro en última instancia; y ellos pueden financiar todas sus acciones falsificando dinero e imponiendo costos. Cualquier organización social que dispone de semejantes poderes posee suficientes incentivos para cometer toda clase de crímenes.
Pero los gobernantes han elegido una clase de asesinatos silenciosos que parecen sacados de una macabra obra de terror. Ellos no aniquilan abruptamente la vida de las personas sino que se apoderan lentamente de ella. El método inicial que utilizan es el adoctrinamiento. El instrumento operativo es la educación pública compulsiva y coercitiva. Los gobernantes deciden, a puerta cerrada, qué aptitudes se fomentarán y cultivarán en una sociedad. Y, por consiguiente, deciden cuáles se reprimirán, combatirán, castigarán, y anularán. Ellos determinan los contenidos que serán impartidos en las aulas de escuelas, colegios, y universidades, sin importar el verdadero significado que la educación tiene en la vida futura del individuo más allá de su objetivo de adoctrinamiento. Hay aptitudes que a los gobernantes les interesan, se trabaja sobre ellas; se anulan todas las demás. El resultado, puesto, de eso es: "una sociedad de zombis -cadáveres sin intelecto- formada por individuos condenados a la esclavitud y la pobreza, quienes jamás sentirán la verdadera felicidad de la realización personal; una sociedad autodestructiva".
Estos perseverantes criminales silenciosos son sumamente efectivos; van al grano, atacando desde el principio a los más indefensos de una sociedad: los niños. Tan miserables y cobardes son estos detestables señores que destruyen la vida desde la infancia. Pero lo más repugnante de esta tragedia es que la tarea de adoctrinamiento se hace en completa complicidad con los señores padres. Los padres entregan a esas criaturas indefensas quienes serán adoctrinadas y puesta al servicio de la servidumbre humana. Debo confesar que siento mucho asco cuando observo a estos miserables criminales destruyendo vidas de inocentes; pero más asco me provoca la actitud de los padres que eligen el sometimiento y la esclavitud para sus propios hijos. Asco y mucha tristeza es lo que me invade cuando pienso en todo ese accionar que convalida el predominio de los Asesinos Silenciosos.
Comúnmente se dice que "...no existe el crimen perfecto..." pues la institución humana puede rastrear cada crimen y detectar exitosamente al criminal. Pero esta conclusión es endeble. No hay demostración contundente de ella. Su único argumento se basa en observaciones empíricas, por lo que su prueba resulta de una extensión arbitraria de validez. Y ya lo mostró von Mises: "...una extensión arbitraria de validez jamás puede constituir lo que en rigor se entiende como una prueba definitiva...". Una prueba en rigor no puede dejar hueco alguno, no puede dejar lugar a dudas. Extender la rastreabilidad del accionar e identidad de un asesino a todos los asesinatos futuros sobre la base de asesinatos ocurridos no puede sostener una noción definitiva -no falsificable- de detectabilidad. Entonces, dado que el empirismo en general no permite constituir pruebas concluyentes, no es posible falsificar empíricamente "...el crimen perfecto...". No hay garantías para su no ocurrencia futura. El crimen perfecto no puede negarse empíricamente.
Es más, el crimen perfecto es de lo más frecuente que sucede en una sociedad. ¿Cuál es ese crimen?. Un asesino sutil no tiene incentivos para aniquilar la existencia, per se, de un individuo al cometer su crimen. Le basta aniquilar las cualidades -aptitudes- que determinan la existencia para así ver cumplido su objetivo. Eso es lo que un criminal silencioso hace. Esta clase de criminal es mucho más ambicioso que uno común. No sólo aniquila las cualidades que él minuciosamente elije, sino que fomenta el cultivo de aquellas que le sirven al propósito aún mayor que es esclavizar a su víctima y quedarse con todos sus logros. O sea, además de asesinar, esclaviza, y roba. Su esmerada tarea le permite apropiarse por completo de la vida de las personas. Las personas muertas no le sirven, y por eso al aplicar su plan las deja vivir.
Pero ¿qué individuo u organización social tiene semejante envergadura y poderes similares a los de esta clase de criminales?. La respuesta es simple: "los gobernantes". En las sociedades contemporáneas, los gobernantes ostentan monopolios que les permiten hacer lo que les plazca. Por ejemplo tienen el monopolio de crear y administrar reglas de convivencia, el monopolio para forzar el cumplimiento de esas reglas, el monopolio para emitir moneda falsa sin respaldo alguno, y el monopolio de decisión de última instancia -árbitros o jueces de última instancia. Estos cuatro monopolios alcanza para que los gobernantes violen impunemente los derechos de cualquier otra persona. Los gobernantes nos dicen cómo tenemos que vivir y, si no acatamos esto, nos aplican los castigos por ellos elegidos; los gobernantes siempre tienen la razón porque son el árbitro en última instancia; y ellos pueden financiar todas sus acciones falsificando dinero e imponiendo costos. Cualquier organización social que dispone de semejantes poderes posee suficientes incentivos para cometer toda clase de crímenes.
Pero los gobernantes han elegido una clase de asesinatos silenciosos que parecen sacados de una macabra obra de terror. Ellos no aniquilan abruptamente la vida de las personas sino que se apoderan lentamente de ella. El método inicial que utilizan es el adoctrinamiento. El instrumento operativo es la educación pública compulsiva y coercitiva. Los gobernantes deciden, a puerta cerrada, qué aptitudes se fomentarán y cultivarán en una sociedad. Y, por consiguiente, deciden cuáles se reprimirán, combatirán, castigarán, y anularán. Ellos determinan los contenidos que serán impartidos en las aulas de escuelas, colegios, y universidades, sin importar el verdadero significado que la educación tiene en la vida futura del individuo más allá de su objetivo de adoctrinamiento. Hay aptitudes que a los gobernantes les interesan, se trabaja sobre ellas; se anulan todas las demás. El resultado, puesto, de eso es: "una sociedad de zombis -cadáveres sin intelecto- formada por individuos condenados a la esclavitud y la pobreza, quienes jamás sentirán la verdadera felicidad de la realización personal; una sociedad autodestructiva".
Estos perseverantes criminales silenciosos son sumamente efectivos; van al grano, atacando desde el principio a los más indefensos de una sociedad: los niños. Tan miserables y cobardes son estos detestables señores que destruyen la vida desde la infancia. Pero lo más repugnante de esta tragedia es que la tarea de adoctrinamiento se hace en completa complicidad con los señores padres. Los padres entregan a esas criaturas indefensas quienes serán adoctrinadas y puesta al servicio de la servidumbre humana. Debo confesar que siento mucho asco cuando observo a estos miserables criminales destruyendo vidas de inocentes; pero más asco me provoca la actitud de los padres que eligen el sometimiento y la esclavitud para sus propios hijos. Asco y mucha tristeza es lo que me invade cuando pienso en todo ese accionar que convalida el predominio de los Asesinos Silenciosos.
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