La división del trabajo es una ley praxeológica fundamental, es la base de la cooperación, de la concertación de actos humanos. Ante la opción de cooperar y no hacerlo, a cada humano siempre le conviene concertar sus actos con otros humanos y dividir las tareas porque esto resulta mucho más productivo y eficiente que no hacerlo. La cooperación espontánea bajo la división del trabajo hace posible la especialización extrema, lo cual genera condiciones para obtener los mejores resultados y los máximos beneficios posibles en situaciones de escasez.
Bajo esta ley, cada actividad humana genera sus más diversas especialidades entre las cuales siempre aparece el liderazgo como una de ellas. El liderazgo es homnipresente. El liderazgo tiene sus especialistas, los líderes, detrás de los cuales se ordena toda la actividad subyacente. Si la actividad es espontánea y pacífica, sus líderes son pacíficos; pero si la actividad es violenta y coercitiva, sus líderes son violentos y totalitarios. Así opera la ley en la práctica.
Por ejemplo, la política, que es una rama de la acción humana, es una actividad violenta que consiste en extraer recursos de los demás de manera organizada para generar satisfacción; la política es el robo organizado mediante el estado. Es una actividad violenta y coercitiva. Por esto los líderes políticos son los más violentos y totalitarios de esa organización, y entre ellos compiten por el absoluto control de ese liderazgo que se llama monopolio de la compulsión y coerción. A partir de ese liderazgo se ordena burocrática e institucionalmente todo el proceso de extracción en tal extensión que cada persona queda inevitablemente alcanzada por la coerción y el robo.
Otro ejemplo es la guerra, otra rama concreta de la acción humana. La guerra es una actividad violenta en extremo, pues consiste en obtener recursos y riquezas anulando la vida y la propiedad de los demás. En la guerra hay dos bandos confrontados: el ganador que se queda con todo y el perdedor que lo pierde todo. La guerra es el logro de objetivos mediante la conquista o la muerte del otro. Por esto, los líderes militares no pueden ser pacíficos o contemplativos sino los más desalmados sanguinarios.
Un negocio, pacífico y espontáneo, tiene como propósito servir al otro generando satisfacción y ganando dinero. Ganar dinero satisfaciendo al otro no se logra mediante la violencia. Sus líderes no pueden ser coercitivos y violentos sino los más astutos negociantes que buscan y logran generar máxima satisfacción y máxima ganancia. Detrás de un buen líder de negocios se funda una gran empresa que hace ganar fortunas a sus dueños y a todos los que participan en esa actividad.
Así se puede enumerar ejemplos para cualquier actividad que uno imagine. Cada una de ellas, tiene liderazgos y líderes. Este universo de los líderes forman las élites. Cada actividad humana se encamina detrás de las élites. Pero las élites pueden ser beneficiosas o dañinas según la actividad sea beneficiosa o dañina en el contexto social.
El liderazgo en las organizaciones políticas1 descubierto por Michels es un liderazgo malo, un liderazgo totalitario, un liderazgo para el dominio y el sometimiento del hombre en sociedad. Los líderes políticos son líderes inmorales por el simple hecho de que cualquier organización política es inmoral, es éticamente injustificable. En la política como proceso, el político siempre busca extraer coercitivamente recursos del otro en beneficio propio. Esto conlleva a destruir la propiedad. La destrucción de la propiedad es inmoral, nada la justifica.
Cualquier violación a la propiedad, a aquello que puede lograr espontáneamente un hombre libre durante su vida en sociedad, es siempre injustificable. Si se admite esta violación, entonces se anula el derecho absoluto que posee una persona sobre su cuerpo y su mente. Este dominio es inapelable, nadie lo puede vulnerar. Por ello, es injustificable la violación de todo aquello que una persona puede derivar desde este dominio fundamental. Una sociedad en donde se respeta este principio praxeológico, es una sociedad pacífica y próspera.
En la práctica, las sociedades están atravesadas por actividades malignas. La política y la guerra son dos ejemplos de ello. En rigor, los líderes no son ni buenos ni malos, sino el fiel reflejo de lo que su propia actividad expresa en el contexto social. Una actividad organizada para robar o matar no puede generar líderes honestos o pacíficos; sus líderes serán ladrones o sanguinarios, respectivamente. Así lo fija la ley que determina el origen de las élites.
1La organización geopolítica es una de ellas.
Bajo esta ley, cada actividad humana genera sus más diversas especialidades entre las cuales siempre aparece el liderazgo como una de ellas. El liderazgo es homnipresente. El liderazgo tiene sus especialistas, los líderes, detrás de los cuales se ordena toda la actividad subyacente. Si la actividad es espontánea y pacífica, sus líderes son pacíficos; pero si la actividad es violenta y coercitiva, sus líderes son violentos y totalitarios. Así opera la ley en la práctica.
Por ejemplo, la política, que es una rama de la acción humana, es una actividad violenta que consiste en extraer recursos de los demás de manera organizada para generar satisfacción; la política es el robo organizado mediante el estado. Es una actividad violenta y coercitiva. Por esto los líderes políticos son los más violentos y totalitarios de esa organización, y entre ellos compiten por el absoluto control de ese liderazgo que se llama monopolio de la compulsión y coerción. A partir de ese liderazgo se ordena burocrática e institucionalmente todo el proceso de extracción en tal extensión que cada persona queda inevitablemente alcanzada por la coerción y el robo.
Otro ejemplo es la guerra, otra rama concreta de la acción humana. La guerra es una actividad violenta en extremo, pues consiste en obtener recursos y riquezas anulando la vida y la propiedad de los demás. En la guerra hay dos bandos confrontados: el ganador que se queda con todo y el perdedor que lo pierde todo. La guerra es el logro de objetivos mediante la conquista o la muerte del otro. Por esto, los líderes militares no pueden ser pacíficos o contemplativos sino los más desalmados sanguinarios.
Un negocio, pacífico y espontáneo, tiene como propósito servir al otro generando satisfacción y ganando dinero. Ganar dinero satisfaciendo al otro no se logra mediante la violencia. Sus líderes no pueden ser coercitivos y violentos sino los más astutos negociantes que buscan y logran generar máxima satisfacción y máxima ganancia. Detrás de un buen líder de negocios se funda una gran empresa que hace ganar fortunas a sus dueños y a todos los que participan en esa actividad.
Así se puede enumerar ejemplos para cualquier actividad que uno imagine. Cada una de ellas, tiene liderazgos y líderes. Este universo de los líderes forman las élites. Cada actividad humana se encamina detrás de las élites. Pero las élites pueden ser beneficiosas o dañinas según la actividad sea beneficiosa o dañina en el contexto social.
El liderazgo en las organizaciones políticas1 descubierto por Michels es un liderazgo malo, un liderazgo totalitario, un liderazgo para el dominio y el sometimiento del hombre en sociedad. Los líderes políticos son líderes inmorales por el simple hecho de que cualquier organización política es inmoral, es éticamente injustificable. En la política como proceso, el político siempre busca extraer coercitivamente recursos del otro en beneficio propio. Esto conlleva a destruir la propiedad. La destrucción de la propiedad es inmoral, nada la justifica.
Cualquier violación a la propiedad, a aquello que puede lograr espontáneamente un hombre libre durante su vida en sociedad, es siempre injustificable. Si se admite esta violación, entonces se anula el derecho absoluto que posee una persona sobre su cuerpo y su mente. Este dominio es inapelable, nadie lo puede vulnerar. Por ello, es injustificable la violación de todo aquello que una persona puede derivar desde este dominio fundamental. Una sociedad en donde se respeta este principio praxeológico, es una sociedad pacífica y próspera.
En la práctica, las sociedades están atravesadas por actividades malignas. La política y la guerra son dos ejemplos de ello. En rigor, los líderes no son ni buenos ni malos, sino el fiel reflejo de lo que su propia actividad expresa en el contexto social. Una actividad organizada para robar o matar no puede generar líderes honestos o pacíficos; sus líderes serán ladrones o sanguinarios, respectivamente. Así lo fija la ley que determina el origen de las élites.
1La organización geopolítica es una de ellas.
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